lunes, 9 de noviembre de 2009

Hombres que trabajan






Cuando le hablé por teléfono no me hice cerebro alguno pues entre mis fantasías no figura la del obrero cachondo. No es conciencia de clases, es que jamás pienso que un obrero, en este pueblo en que yo vivo, pueda salir con algo.
Vino, a primera hora de la mañana, a reparar una ventana de mi dormitorio y cuando lo vi no pude evitar el mal pensamiento: joven, fibroso, bronceado y con pinta de varón desaliñado. Vestía jeans, botas de trabajo y camiseta. Yo acababa de levantarme y no me había bañado, me puse una camiseta sobre los boxers para abrirle la puerta e indicarle su trabajo. Lo dejé trabajando y fui a bañarme.
Tenía minutos en la ducha cuando entró, levantó la tapa del inodoro, se sacó un respetable aparato, orinó copiosamente, se sacudió y lo dejó afuera, mientras bajaba el agua. Todo lo había hecho sabiendo que yo lo miraba desde la ducha. Entonces, se dirigió a mí.
- ¿Esta buena el agua?
- Si, rica…
- Coño, vas a provocarme…
- Entra, le dije
- No, mejor vente para el cuarto, anda.
Y me lo mostró a gusto, retiró la piel que cubría la cabeza oscura y exhibió orgulloso un par de bolas grandes, peludas y muy cargadas.
Salí de la ducha. Él se había ido al cuarto. Me sequé y caminé desnudo hasta la habitación.
Allí estaba él, con la camisa abierta y el guevo parado. Se me acercó por detrás y comenzó a acariciarme las nalgas, metiéndome los dedos mientras se pajeaba lentamente. No dijo nada. Su mano izquierda me agarró firmemente por el cuello y me condujo hasta ponerme en cuatro sobre el borde de la cama, me echó un poco de saliva y sin vacilar, comenzó una lenta y riquísima penetración, cuidándose de hacérmelo cómodo y sabroso. Poco después, empezó a bombear con la presión y el ritmo de quien sabe lo que hace. Habíamos logrado una sintonía perfecta. De él, sentía su pitón embistiéndome duramente por detrás y un rico jadeo; yo sólo movía mis caderas y me dejaba coger con entusiasmo, mientras me pajeaba.
Dale…vamos a acabar juntos, me dijo.
Le dio más rápido, yo también. De golpe, enterró durísimo su guevote y estalló en quejidos convulsivos. Enseguida, gritos de placer anunciaron mi orgasmo.
Mi obrero se desplomó encima de mí, estuvo unos cortos minutos jadeando, se levantó y volvió al trabajo. Yo regresé a la ducha.
Trabajo rápida y acuciosamente, como si nada hubiera sucedido. Al terminar con la ventana, se despidió asegurándome que me llamará pronto.
¿Yo? Me quedé con el buen gusto de una nueva fantasía, pero casi enamorado.
Muero de ganas de requerir un nuevo trabajo.

1 comentario:

  1. mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm q delicia me gustan las pingas circuncionadas aaaaaaaaaayaaaaaaaaaaa yayyyyyyyyyyyyaaaa ay q ricoooooooooooooooo

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