viernes, 30 de julio de 2010

Nostalgia


Estas fotos me han traído la nostalgia de tiempos que, en este país dificilmente vuelvan. Tenía como 19 años y mi familia había, como siempre, empezado sus vacaciones de agosto en la casa familiar de Puerto Píritu. Yo estaba decidido a vivir una fantasía que mantenía oculta desde mucho tiempo atrás y puse todo tipo de pretextos para no irme con ellos. Dos días después de la partida de ellos, prometí encontrarlos allá, valiéndome de cualquier forma de transporte. Mis padres, aunque recelosos, pensaron que estaba dando muestras de independencia y no opusieron resistencia a mis planes.

Hicieron bien en dejarme. Mi plan era concreto y sencillo: irme hasta la carretera de Oriente y pararme en alguna alcabala a "pedir cola". La intención era vivir de alguna forma un episodio morboso en el trayecto. Era la época en que me volvía loco un camionero. Así lo hice. Muy temprano en la mañana, desafiando el calor y vestido con shorts y camiseta (rosada, por cierto, lo recuerdo perfectamente) me tiré el morral al hombro, y empecé a hacer la señal acostumbrada a los camioneros que pasaban por la carretera. Debo haber pasado como unas dos horas, hasta que un tipo un poco mayor, manejando un enorme camión de combustible, se detuvo en la alcabala. Los guardias le dijeron que yo tenía mucho rato allí y él se ofreció a llevarme hasta Píritu. Llevaba la misma ruta.




Me subí al camión lleno de excitación. El tipo no estaba mal. Bastante corriente, moreno, un poco gordo, como de unos 40 años y muy alto. Eso era lo mejor. También bastante simpático y conversador. Me preguntó si alguna vez había viajado en un camión de esos. Lo dije que no y empezamos a hacer conversación banal sobre los estudios y esas cosas de chamos. A la mitad del camino, el tipo se detuvo para orinar en una estación de servicio. Yo esperé que entrara y unos segundos después, me ubiqué en el urinario de al lado. Entonces mire descaradamente el guevo flácido que mi camionero exhibía sin pudor. No estaba nada mal. Él se dio cuenta de mis miradas nada discretas y lo sacudió un poco hasta medio pararlo, pero no dijo nada. Me preguntó si estaba listo para continuar el viaje, le dije que si y volvimos al camión.



Entonces sucedió lo que tanto esperaba; la conversación giró en torno al sexo y sus placeres. El tipo se dedicó a contarme las mamadas que le daban las putas en la carretera y lo mucho que le gustaba un culito. Yo estaba francamente excitado y me arriesgué. Le dije que a mi no me gustaban las mujeres y que lo que me gustaba era mamar. Segundos más tarde, él detuvo el camión en un recodo conveniente de la carretera, se bajó el pantalón y me dijo que, si se lo paraba con la boca, me ganaría un premio. Él se echó hacia atrás en el sillón del chofer, para darme mayor espacio, y yo empecé a maniobrar. Primero le dí suaves lamidas, que poco a poco dieron paso a tragadas completas y mariposeo en su bien lubricada cabezota. Lógicamente lo había puesto "a millón".
De momento se detuvo. Usó sus manos para retirar mi cabeza de su entrepierna, abrió la puerta de su puesto y me pidió que me pusiera en cuatro patas sobre el asiento del conductor.
- El premio te lo voy a dar por el culito, me dijo
Hice lo que me pidió. El tipo se montó encima con pericia. Lubricó mi hoyito con su saliva, y echó un poco más de saliva en su paradisimo guevo que se mezcló con lo que había lubricado naturalmente. Empezó a dilatarme el culo y un poquito después me preguntó si estaba listo para recibirlo. Le dije que sí.
- Quieres que te lo meta ya?
- Si por favor, cogeme duro
- Todo?
- Si vale, todo
- De una sola vez?
- Si, dale
- Te va a doler, pero tu tienes culo de quien aguanta
- Si yo aguanto...dale..mételo todo.
De un sólo envión y sin consideración alguna, lo metió completo. Con precisión de experto. Sentí como si el cuerpo se me abriera en dos mitades, pero ese dolor inmenso sólo duró menos de un segundo. Inmediatamente, por gracia de su abundante lubricación, estaba sintiendo el placer más grande, aumentado por la emoción de estar en medio de la carretera desierta, a plena luz y en un camión cuyo olor a combustible, sudor de hombre y calor, me tenía los sesos fundidos.
La cogida no duró mucho. En pocos movimientos lentos y acompasados, el tipo abrió lo que me quedaba de estrechez, y luego empezó a bombear mucho más duro. Me pidió que me pajeara, cosa que hice de inmediato, y en menos de un minuto estaba acabando sobre el asiento. Él, entonces, apresuró las embestidas y con una fuerza enorme que brotaba de su cuerpo excitadisimo, acabó dentro de mí.
Se retiró. Se limpió con un trapo que llevaba, me ayudo a limpiarme, se subió el pantalón y me dijo que me vistiera. Caminó un poco hasta una sombra, donde orinó copiosamente y me preguntó si quería seguir el viaje con él.
- A lo mejor te doy otro dentro de un rato, tu decides. O te quedas aquí esperando que pase otro camionero y pruebas otro....sonrió mientras hablaba.
Le dije que estaba bien, que prefería llegar a Piritu con él. No me cogió de nuevo, pero me dejó jugar con su guevote un buen rato mientras manejaba. Volvió a regalarme su leche tibia minutos antes de llegar al pueblo, esta vez en mi boca.
Nunca más lo vi. Pero su recuerdo me acompañó por siempre como el hombre que había hecho posible la realización de la fantasía más rica de mi juventud.

miércoles, 28 de julio de 2010

Raúl







Interiores

Como somos tan particulares, creo que somos los únicos que los llamamos "interiores". En casi todos los países se les llaman calzoncillos o de maneras muy divertidas. La verdad es que, como en muchas otras cosas, el nombre que le demos, es lo que menos importa. Nada es tan íntimo ni responde tan exactamente a las manías de quien los usa. Yo, por ejemplo, jamás de los jamases me pondría un interior que no sea de algodón blanco; pero, he visto de todo. Desde los que son capaces de usar tangas para el diario trajinar, como los que los usan de dibujitos infantiles o de colores chillones....de todo hay, ya lo he dicho!




lunes, 26 de julio de 2010