jueves, 19 de noviembre de 2009

Con la boca









En toda mi vida, solo he conocido un hombre al que no le gusta recibir una buena mamada, supongo que se trata de la “excepción a la regla”. Hasta el día de hoy, ese amante ocasional, se esfuerza en buscar maneras bastante creativas para evitar que su rico bocado llegue a mi boca; todos los demás – que por suerte han sido bastantes – siempre hacen lo contrario.
Mamar y dejarse mamar, a estas alturas del partido, ya no tiene nada que ver con el rol que uno prefiera en la cama o con estrategias particulares de disfrute; creo que desde que Bill Clinton fue descubierto en esas, el sexo oral adquirió vida propia y en muchos casos ni siquiera se considera un “acto sexual” propiamente dicho. Para muchos hombres, el simple hecho de dejar que agarres su pene erecto y lo lleves a la boca, es tan solo una sustitución afortunada de la masturbación; una manera de pensar que se agradece pues creo que pocas cosas en esta vida brindan un placer igual a ese, tanto al que lo da como al que lo recibe.
Personalmente, adoro hacerlo. Me encanta detenerme a conciencia y degustar tanto como pueda un buen guevo; saborearlo, lamerlo, sentir como crece dentro de mi boca y disfruta el roce de mi lengua. Tanto como me gusta que lo hagan con el mío; además, es una preparación inigualable para placeres más profundos, siendo un gran placer en si mismo.
No tengo problema en admitirlo: me encanta mamar y hacerlo sin eufemismos, que para todo hay un nombre exacto en esta vida.

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