jueves, 24 de marzo de 2011

Imagen corporativa

Por mi trabajo, tengo que vestir traje y corbata todo el tiempo. Se me han convertido en una segunda piel; tengo tantos años anudandome una corbata, que puedo hacerlo sin mirar un espejo y sin saber lo que estoy haciendo, que siempre me quedará bien anudada. Mis días transcurren entre hombres de traje y corbata, todo tipo de hombres: los que saben lucirlas y los que no, los feos, los menos feos y los que quitan el hipo, con traje o sin él; a pesar de esa costumbre, que para muchos puede ser un fastidio, sigo sintiendo una especie de cosquilleo entre las piernas, cuando tengo la posibilidad (que las he tenido muchas) de apartar del camino justo la cantidad suficiente de ropa, para desahogarme a gusto. Creo que mucha gente se sorprendería si conociera, al menos la mitad, de las incontables historias que vivimos los hombres corporativos entre nosotros. Debe ser por la facilidad con que volteamos la corbata, abrimos el cierre y medio bajamos el pantalón para que la fiesta se ponga buena en unos minutos, durante los cuales, lo único que tenemos que cuidar es no regresar al escritorio con una manchita delatora en alguna parte, todos sabríamos de que se trata....






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