lunes, 7 de febrero de 2011

Exámenes finales



Lo recuerdo con la nitidez de quien atesora un buen momento. Estábamos preparando nuestros exámenes finales de tercer año de derecho en la UCAB y teníamos urgencia por salir muy bien. Habíamos sido excelentes compañeros de estudios durante todo el año y eso nos había convertido en buenos amigos. Pasábamos la mayor parte del tiempo juntos y compartíamos un sinfín de intereses, los estudios y las buenas calificaciones entre muchos otros. Ese fin de año entonces, nos dedicamos a estudiar "como locos" y no teníamos ni tiempo ni espacio para nada distinto. También nos gustábamos físicamente. Era obvio que el interés por estar juntos, no era exclusivamente académico, sólo que parecía que el momento para terminar de abrirle espacio al deseo no había llegado todavía.
Ese día salimos de clase como costumbre y nos fuimos a mi apartamento a estudiar para los finales. Llegamos a casa, descansamos un rato y rápidamente pusimos manos a la obra, es decir, sacamos libros y cuadernos y empezamos a conversar sobre la materia. Pasadas un par de horas, nos dimos cuenta de estar muy cansados de estudiar y con ese pretexto me levanté del sitio y me fui a dar un baño. Armando se quedó mirando la tele. Salí de la ducha, él me pidió permiso para hacer lo mismo y yo lo esperé en el sofá. Cuando regresó se sentó a mi lado vistiendo solo un short y una camiseta. Lucía nervioso, pero creo que también yo lo estaba.



Casi de inmediato empezamos a hablar de cosas banales que derivaron, no se como, en sexo. El me confesó que prefería acostarse con un hombre que con una mujer y que le gustaba mucho ser activo. Yo le dije muy candidamente, si no era igual cogerse a un hombre que a una mujer y él me respondió que eran dos cosas totalmente diferentes, y que él lo sabía porque lo había hecho muchas veces. Entonces le pregunté, como quien no sabe nada del cuento, cuál era la parte de cogerse a un hombre que más le gustaba. Me contestó sin vacilar que a él "lo volvía loco un buen culito de un machito"... y agregó:
- Como el tuyo, por ejemplo...
Eso me disparó la excitación y él lo notó enseguida. Se rió y me dijo
- Verga...se te paró de una....y eso que no te he tocado siquiera...tienes ganas?
- Tú que crees? respondí. Tengo muchas ganas de ver si es verdad que eres bueno en eso
Enseguida se acercó y empezamos a besarnos. Lentamente me quitó la ropa, jugó un ratico con mi guevo, que estaba a reventar, y puso mis manos sobre su machete. Estaba duro y presagiaba buen tamaño. Le arranqué el short de un sólo golpe.


Ya estábamos listos para seguir en lo que yo suponía que vendría y mi boca se hacia agua con la pura idea de meterme aquel portentoso palo hasta la garganta, cuando de pronto, él me sujetó por la cintura, me acostó sobre el sofá y me abrió las piernas con toda delicadeza. Bajó su cabeza por todo el camino hasta la entrada misma de mi culito y empezó a besarme allí mismo, lamiendo con verdadera experiencia los pliegues de mi culo y metiendo y sacando su lengua de mi agujero. Mientras tanto se acariciaba el guevo y lo ponía más y más duro. Yo intentaba agarrarselo, pero estaba claro que esa noche el placer era todo para mí. Estuvo dandome lengua por detrás unos buenos diez minutos, me mordía suavecito, lamia y volvía a lamer, chupaba con fruición mi agujero y empezaba todo de nuevo una y otra vez. En el sofá yo gritaba y gritaba de placer.
De pronto, empecé a suplicarle que me cogiera. Sujetaba su cabeza entre mis manos apretándolas contra mi culo y le pedía que me lo metiera ya mismo. Que no esperara más.
Él retiró su cabeza y me dijo
- Ponte de pie, voy a metertelo parados, para que lo sientas...no quieres sentirlo todo? bueno...te lo voy a dar, pero si te pones de pie y te pegas contra esa pared.
Yo estaba demasiado excitado para negarme.


Entonces lo sentí, de una sola vez. Duro, preciso y muy bien dirigido empezó a entrar dentro de mí sin que yo pudiera sentir nada distinto al placer más grande. Bombeaba duro, con movimientos fuertes y sin temer nada, para luego disminuir el ritmo y dejarlo allí bien adentro, dándole con fuerza hasta estar seguro de haber alcanzado el fondo mismo de nuestros deseos y empezaba de nuevo a bombear con fuerza y rapidez, para cambiar el ritmo y volverme loco de disfrute. Yo pedía y pedía guevo, él me lo daba con toda su fuerza y todas sus ganas. Estábamos a millón.
Entonces me fue doblando lentamente, hasta que, sin sacármelo, me tuvo acostado en la alfombra. Allí lo sacó, se montó encima de mi y mientras nos besábamos apasionadamente, empezó de nuevo a penetrarme al tiempo que levantaba mis piernas sobre sus hombros y me pedía que me abriera todo, que lo recibiera bien abierto.
Fue el movimiento final, el gran orgasmo. Sin perder ni un poco del ritmo frenético de quien está realmente gozando un buen culito, Armando empezó a embestirme con mucha intensidad. No podía parar. Le daba y le daba con tanta fuerza que empecé a temer que me pasaría algo. Pero, yo tampoco podía parar de gemir de placer y sentir que estaba teniendo un verdadero orgasmo anal. Agarré mi propio guevo y me di tan duro como podía, para tratar de aumentar el inmenso placer que sentía con las embestidas feroces de Armando y entonces, ambos tuvimos un extraordinario orgasmo que nos bañó, literalmente, de leche. Jadeando y sudando, fuimos disminuyendo el ritmo hasta caer derribados uno encima del otro. Nos abrazamos fuertemente y estuvimos besándonos con profundo gusto por un buen rato.
Fueron los mejores exámenes que presentamos. A partir de ese día, nos hicimos inseparables por dos emocionantes años, hasta que al graduarnos, él regreso a su país, Colombia, y yo me fui en viaje de estudios a Europa. Han pasado muchos años, pero todavía hoy, algunas veces nos excitamos hablando de ese día en particular. Esta es, para él, la historia del día que nos devoramos como animales, mientras preparábamos un examen de Derecho Penal.

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