miércoles, 23 de febrero de 2011

En el mar la vida es más sabrosa

Una de las cosas que más disfruto en esta vida es la playa. Siento especial predilección por las vacaciones al sol, tomando prolongados baños de mar y exponiéndome de la manera que sea al escrutinio de mis pares. Ha sido siempre así. Desde muy joven, cada viaje a la playa significaba un nuevo descubrimiento sexual, como si estar en el mar alborotara mis instintos y me librará de cualquier temor. Siento, y no se por qué, que en ningún lugar se disfruta tanto un buen polvo como allí y además, creo que en ningún lugar se puede encontrar tanto hombre dispuesto a hacérselo pasar muy bien a uno. Debe ser la combinación del sol y el calor de la playa más ese ambiente distendido y de poca ropa, la mejor combinación para que todas las hormonas salten y la gozadera sea mayúscula.


Siempre recuerdo, ya que hablo del tema, los primeros viajes a la casa familiar en Playa Colorada siendo yo apenas un adolescente que empezaba a descubrir el placer prohibido de morbosearse primos y tíos por igual. Era como un rito de iniciación totalmente secreto. Mi madre, una mujer muy pudorosa y discreta, hacia todos los arreglos para que las edades de los visitantes, varones y hembras, no dejaran espacio a ningún equívoco; sin embargo, yo siempre lograba saltar sus rígidas normas, para aprovechar de contemplar los primeros signos de adultez de mis primos un poco más grandes que yo y de mis tíos, un poco menores que mi propio padre. Uno de ellos, en particular, me fascinaba. Era mi Tio Chuchi, quien en esa época tenía como unos 28 años y exhibía un cuerpo fabuloso y un paquete realmente deleitable. Un día finalmente pude verlo desnudo y creo que me hice todas las pajas de las vacaciones en nombre de aquel estupendo machete peludito que se mandaba. Lamentablemente para mi, era el más respetuoso y discreto de todos mis tíos. Un gran tipo.



Tío Chuchi no era el único que me fascinaba; estaba también Oliverio, una especie de capataz, cuidador y "todero" que vivía en la casa, y aunque no era negro, estaba tan tostado por el sol que era imposible descubrir el verdadero tono de su piel. Hacía todas las tareas que implicaban una estadía feliz para los numerosos miembros de la familia y los invitados de mis padres y secretamente, este sí, complacía los deseos malsanos de uno de mis primos (a quien descubrí en plena mamada, cuando yo buscaba hacer lo mismo) y los mios. Nunca me cogió, ni siquiera lo intentó. Pero estoy seguro que todas las artes "orales" que conozco y domino, las aprendí mamando el guevo normalón y muy apetitoso de Oliverio; de quien sobre todo, recuerdo el olor intenso a jabón Las Llaves. Nada romántico, lo se, pero inolvidable como su risa y sus atenciones de buen pana.
Nada, es imposible negar que en el mar, la vida es más sabrosa..

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