viernes, 4 de febrero de 2011

En la intimidad

Si visitan mi blog regularmente, ya sabrán que soy un gran voyeurista, y que además, pienso que para todo voyeurista existe un exhibicionista; sin embargo, no es mi caso el de engancharme con alguien que disfruta saber que lo están mirando. Lo que realmente me da un morbo increíble, es mirar allí donde nadie se imagina ciertamente que hay un par de ojos curiosos deleitándose.
Una vez, hace tiempo, cuando hacía unos estudios en París, viví por algún tiempo en un pequeño apartamento muy frío e incomodo, que tenía el maravilloso atractivo de quedar al lado de un gimnasio que estaba, a su vez, en un tercer piso. En el verano y en algunos días soleados del año, desde una ventana de la cocina de mi apartamento, se podía ver casi todo lo que sucedía en los baños del gimnasio, pues abrían las ventanas de este para - supongo - obtener mejor ventilación.
Nunca vi nada distinto a muchos hombres desnudos que se acicalaban al terminar sus ejercicios, pero esa visión me excitaba muchisimo pues me daba pie a muchas fantasías. Nunca me inscribí en el gimnasio y nunca me arrastré un tipo del gimnasio a mi casa, pero algunas pocas veces, pude ver como se demoraban un poco de tiempo extra ocupándose de secar muy bien sus entrepiernas y como, en ese trance, despertaban bestias dormidas. Creo que esa fue la razón por la que nunca me mudé de ese sitio tan feo. Está dicho: Nada como un cuarto con vista...






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