martes, 8 de junio de 2010

Los juegos de un hombre

Estaba llegando a mi casa cuando sentí un ruido en el apartamento del lado que me llamó la atención; parecía que una silla se había caído y golpeado contra el piso, causando un gran estruendo. No pude evitar asomarme a la ventana porque, además, al apartamento de donde provenía el ruido, acaba de mudarse un rubio que está realmente bueno. Ni en cien años estaba yo preparado para la sorpresa que me llevé al mirar desde mi ventana, a la ventana abierta e iluminada del apartamento de mi vecino. Es una de las cosas por las que yo jamás me mudaré de casa. Algún designio de los dioses hizo que los apartamentos de mi piso y de los pisos impares del edificio, practicamente compartan la ventana de la habitación principal. Todo lo que sucede en una habitación, puede verse "en primera fila" en la habitación contigua. Y lo que vi, francamente me dejo enfermo: se había caído una silla, claro. Pero, se había caído porque mi vecino la había empujado accidentalmente al tirarse sobre un sofá, cercano a la ventana, en un completo extasis masturbatorio. Allí estaba, de rodillas en el sofá, desnudo completamente, contemplandose mientras se daba un pajazo tan rico que me puso inmediatamente a sudar de calentura. Casi reventaba de gusto; su muy bien desarrollado palo, paradisimo, se deslizaba con fuerza entre sus manos lubricadas, mientras él se acariciaba cada rincón de ese cuerpo moldeado a fuerza de gimnasio diario y juventud. Se detenía por instantes para contemplarlo y luego volvía a su juego, frotándose suavemente la cabeza brillante, agarrando las bolas con la otra mano y estrujándolas, deslizando, un dedo primero, luego dos, hasta la entrada justa del culito o apretando sus pezones; mi vecino sudaba copiosamente mientras daba rienda suelta al placer en solitario.




Cambió varias veces de posición mientras yo lo miraba sin poder retirar mis ojos de la ventana, con la seguridad de que no estaba siendo descubierto. Iba del sofá a la cama, al piso, a cualquier espacio donde pudiera exhibirse para si mismo, sin dejar por un momento de frotar, acariciar, sobar, mover, ese riquisimo guevo grueso y duro, que requería urgentemente del placer en solitario que, algunas veces, sustituye encuentros más fogosos o resuelve incomodas urgencias. Me di cuenta en el momento que el espectáculo no seria corto y rendiría grandes ganancias. Comencé entonces a imitarlo desde la excitada soledad de mi observatorio.





Finalmente, me dio el mejor regalo, se montó en la cama, colocada frente a la ventana y estirando ambas piernas, apuntó su magnifico guevo hacia donde estaba yo mirándolo, y apuró el movimiento de sus manos; un par de leves jadeos antecedieron al sonido de su respiración entrecortada, que anunciaba la salida de su leche calientita. Entonces se contorsionó y comenzó a temblar de placer...un chorro de semen bañaba su definido abdomen. Restregó el semen entre sus dedos, se fue relajando poco a poco, se levantó, limpió el reguero y se metió así mismo entre las sábanas. Apagó la luz. Mientras tanto, yo también acababa en mi ventana, mirando como se quedaba dormido e imaginando el día en que ese chorro de semen caiga directamente en mi garganta...

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