Si recibir una mamada es una gran placer, darla es un gusto que no tiene comparación. Esa sensación de plenitud y llenura que nos deja el momento en que nos dedicamos a comernos un guevo, acariciándolo con la lengua, metiéndolo en el calor de nuestra boca, saboreando cada mínimo pedazo de carne...no hay nada igual, de verdad...

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