domingo, 4 de octubre de 2009

Tapaditos







Tal vez sea, para variar, la mejor forma de comenzar con el juego cuando se han perdido todos los pudores y sabemos que irremediablemente hemos llegado, ambos, al punto en que la urgencia solo requiere de movimientos más cercanos al placer; el punto en que lo tienes ahí, frente a ti, cubierto solo con su ropa interior, bajo la cual se adivina un animal hambriento que busca exponerse incontenible a las caricias de tu lengua y de tus manos.
De entre todas, adoro la imagen de un hombre a medio desnudar, que deja ver tan sólo un poco de lo que espero recibir ansioso, que deja asomar sus vellos como señalándome el camino que debo seguir para encontrar el goce supremo. Un hombre tapadito solamente por ese minúsculo pedazo de tela, que se adhiere al cuerpo cometiendo algunas indiscreciones, para aumentar nuestro deseo y lubricar la ansiedad. O un hombre que no será tuyo, tal vez, pero no tiene problema alguno en llenar nuestra imaginación de preguntas y desafíos: ¿Cómo será? ¿Cuál el color? ¿Cuál el olor? ¿Cómo el sabor? ¿Cómo es la montaña de vellos que lo circunda? ¿Habrá alguna?
Un hombre con la cantidad justa de ropa, para despertarnos junto a él y darle un poco de calor en la mañana, para acariciarlo por encima de la suave textura del algodón y sentir como crece a nuestro lado, para vivir con él un instante insuperable que, se repita o no, será nuestro instante y sólo se perderá si no hemos logrado registrar en la memoria, la imagen justa del animal que pugna por abandonar el cómodo refugio de un interior, para respirar a gusto en nuestras aguas…

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