Si ese día hubiese tardado unos
minutos más en salir del bar y echar a andar para mi casa, probablemente habría
perdido la opción de vivir uno de los polvos que, en la vida, confirman aquello
de que uno viene al mundo con los polvos contados y el que no usa, lo pierde
irremediablemente.
Era el último tren de una noche
especialmente fría y yo venía medio zarataco después de unos cuantos tragos de
viernes por la noche, un poco de baile y mucha calentura en la bragueta; de
modo que caminar hasta mi casa, suponía abrir los ojos y agudizar los sentidos
para terminar arrastrando algún mozo disponible en las calles de Denver, o
arrastrarme hasta algún sauna de los que trabajan 24 horas. Suponía un riesgo, pero
esa noche estaba dispuesto a correrlo con tal de no hacerme una paja en
solitario. Apenas habría caminado un par
de cuadras, cuando me di cuenta que, saliendo de una tienda de cigarrillos,
caminaba en mi dirección un muchacho al que me parecía haber visto antes. En
ese momento lo calibré. Era el verdadero guarro. El hombre rudo y medio feo,
que me excita apenas verlo. Pasó a mi lado, yo recorté el paso para hacer notar
mi presencia y entré a la bodeguita para pensar un poco mis próximos pasos.
Creo que no habían transcurrido ni dos minutos cuando lo vi volver a entrar. A plena luz pude detallarlo mejor y lo que
vi, solo puedo describirlo diciendo que me dio un tirón en la entrepierna; un poco más alto que yo y delgado; su cuerpo,
que traslucía bajo la ajustada camiseta que llevaba bajo la chaqueta abierta, parecía
fibroso y bien formado, ese tipo de cuerpos que, más que un gimnasio, lo ha
formado el trabajo duro. Llevaba botas y
unos jeans medio caídos que dejaban ver una cintura angosta capaz de soportar
un torso perfectamente definido. Se me hizo agua la boca. Sus manos, de dedos
largos y gruesos, presagiaban un instrumento digno de ser explorado. Llevaba quizás unos tres o cuatro días sin
afeitarse y su cabello ensortijado caía sobre los hombros. Al lado de mi
aspecto preppy, realmente él, parecía
un chongo de siete suelas. El machito se
acercó sin ningún pudor y me miró directamente a los ojos. A pesar de mi
fascinación, me sentí intimidado.
-
¿Tú como que andas buscando fiesta? Dijo en un inglés con bastante
acento malandro
-
Pues sí, no estaría mal un poco de
fiesta…respondí
mirando fijamente su paquete
-
¿Tu sitio o el mío? disparó a quemarropa
-
El tuyo, dije pensando en el riesgo
-
Ok…salgamos de aquí ya, ordenó mientras metía la mano por
dentro del bolsillo hasta resaltar el paquetazo
Caminó delante de mí, yo apenas me detuve un segundo para pagar por un paquete de
condones y un par de refrescos. Al salir de la tiendita, el macho me esperaba sonriendo,
recostado a una camioneta pick up un poco desvencijada. Me le acerqué y él dio la vuelta,
abrió la puerta del copiloto sin decir nada y me invitó a entrar con un gesto.
Caminó delante de mí, yo apenas me detuve un segundo para pagar por un paquete de
condones y un par de refrescos. Al salir de la tiendita, el macho me esperaba sonriendo,
recostado a una camioneta pick up un poco desvencijada. Me le acerqué y él dio la vuelta,
abrió la puerta del copiloto sin decir nada y me invitó a entrar con un gesto.
Él se acomodó al volante, encendió la
camioneta y echó a andar. Entonces agarró mi mano, jugueteó con ella un poco y
la puso sobre su entrepierna, mientras buscaba comodidad. Guiando mi mano con
la suya, empezó a hacerme frotar aquel trabuco que crecía y se ponía duro bajo
la tela del pantalón. Yo estaba a millón. No anduvimos mucho. Después de algunos
pocos minutos sobando aquel divino
machete por encima de la ropa, mi machito se metió por algunas callecitas del
centro de Denver, bastante desocupadas a esa hora, hasta estacionarse en una
calle desierta. Al apagar el motor, de inmediato se quitó la chaqueta, sacó su
camisa y abrió los botones de su bragueta. Entonces con su mano izquierda sacó
aquel durísimo tolete de carne que pedía atención a gritos. Creo que me quedé
en blanco. Con mis ojos apenas acostumbrándose a la oscuridad, más que verlo,
lo que podía era sentir su inmensidad como de hierro candente. El macho,
adivinando mis deseos de ver bien aquel palo, encendió la luz interna de la
camioneta y agarrándoselo con la mano, me lo mostró en todo su esplendor. Sentí que me temblaban las piernas. Era una verga divina. Un machete moreno, como
de unos 22 cts. de largo, grueso y muy recto, con una cabeza gorda, posado
sobre una verdadera mata de vello oscuro. Sin hablar, bajé mi cabeza para
engullirlo de un solo movimiento, metiéndolo en
mi boca hasta sacarme arcadas y darle una mamada febril, sin importarme
que estuviéramos en un sitio público. De
pronto, el macho agarró con firme delicadeza mi cabeza, la retiró de ese
banquete delicioso y me ordenó bajar mi pantalón.
-
Vamos a un sitio más seguro, me atreví a sugerir
-
No, te voy a coger aquí, ahora
mismo….tranquilo
Yo volví a meterme ese tolete en la
boca por unos minutos, mientras él jugaba con mi culo desde su sitio estirando
las manos hasta tocarme. Entonces, abrió
el paquete de condones que saqué del bolsillo de mi camisa, y me pidió que se
lo pusiera.
-
Si quieres que use esto, pónmelo…
Lo deslicé a lo largo de esa pinga
perfectamente lubricada y terminé de calzarlo con mi boca, lo que le arrancó
fuertes gemidos. Entonces, con movimiento de experto, terminó de bajar su
pantalón, se acomodó en el asiento demostrando que ese era su tiradero preferido
y me agarró, al tiempo que metía la mano bajo el asiento para sacar un tubo de
lubricante con el que cubrió perfectamente su verga paradísima. Con los dedos
llenos de lubricante, abrió con rudeza mis nalgas, metiéndome los dos dedos del
medio con mucha fuerza. Estuvo dándome un ratico con los dedos, mientras se
pajeaba un poco y de pronto, sujetando mi cintura, me empezó a sentar encima de
su grueso y duro instrumento, al tiempo que, con la otra mano, tapaba mi boca por completo.
- No grites, métetelo pero sin gritar….disfrútalo, sin gritar
- No grites, métetelo pero sin gritar….disfrútalo, sin gritar
Entonces sentí como aquel enorme
trozo de carne, hirviente como un hierro, abría mis entrañas. Me costaba
muchísimo no gritar, porque rápidamente me enteré que el delicioso dolor era
seña de que mi macho no estaba dispuesto a detenerse ni por un instante, hasta
no sentir que sus 22 cts. de guevo estaban completamente dentro de mi culo,
desgarrado por su deseo. Él gemía,
diciéndome suavecito lo cerrado y apretado que lo tenía y las ganas que tenia
de reventármelo. Yo, empecé a retorcerme, para dar paso suavemente al delicioso
placer de saberse ensartado por un macho
verdadero. Me instalé tan cómodo como pude encima de su palote y comencé a
moverme para buscarle su mejor ritmo. Él lo agradecía diciéndome que lo estaba
haciendo muy bien, que lo estaba volviendo loco de gusto. Así fue como empecé a
disfrutarlo. Apenas, unos segundos de comodidad bastaron, para hacerme saber
que no pararía hasta regar toda su leche.
Él comenzó a bombear, a meterlo con fuerza, a hurgar dentro de mi culo
sin detenerse, duro, cada vez más duro, con la fuerza de quien ha montado mucho
culo sobre sus muslos. Me sujetaba por la cintura y con apenas un segundo para
tomar respiración, empezaba a de nuevo a embestir mientras yo movía mis nalgas
para hacerle fácil el trabajo.
- Que rico te estoy cogiendo, que culito tan apretado tienes, es buenísimo esto…decía mientras me daba y daba sin parar.
- Que rico te estoy cogiendo, que culito tan apretado tienes, es buenísimo esto…decía mientras me daba y daba sin parar.
Ya yo no sentía dolor alguno, el
placer me hacia desbordar las emociones,
me sujetaba como
podía de lo que fuera, estaba agarrado del tablero de la camioneta gimiendo de placer y
pidiéndole que no acabara nunca, cuando lo sentí venir. Sacó el guevo hasta la entrada misma
de mi culo y con un grito ahogado de placer, enterró su portentosa morronga hasta el fondo
mismo de mí. Fue un solo movimiento de esa verga que acababa, entre miles de espasmos que
lo hacían contorsionarse de placer. Creo que duró menos de un minuto. Después abrazó
fuertemente mi cintura y para mi sorpresa, empezó a besar mi espalda. Pasado un ratico, se
dispuso a sacar de mi culo esa pinga que me había hecho ver estrellas, literalmente.
Se escurrió, sin vestirse, en su asiento
podía de lo que fuera, estaba agarrado del tablero de la camioneta gimiendo de placer y
pidiéndole que no acabara nunca, cuando lo sentí venir. Sacó el guevo hasta la entrada misma
de mi culo y con un grito ahogado de placer, enterró su portentosa morronga hasta el fondo
mismo de mí. Fue un solo movimiento de esa verga que acababa, entre miles de espasmos que
lo hacían contorsionarse de placer. Creo que duró menos de un minuto. Después abrazó
fuertemente mi cintura y para mi sorpresa, empezó a besar mi espalda. Pasado un ratico, se
dispuso a sacar de mi culo esa pinga que me había hecho ver estrellas, literalmente.
Se escurrió, sin vestirse, en su asiento
-
Abre uno de esos refrescos que
compraste, doctor….me
espetó riendo
-
No soy doctor, le dije
-
Eso es lo que pareces, eres muy
guapo, me gustó cogerte
-
A mí me gustó que me cogieras…. ¿nos
vestimos?
-
Si, vamos a vestirnos, que si viene
la policía estamos en problemas graves….
Nos vestimos a prisa y como pudimos; él puso en marcha el auto y me preguntó a donde me
llevaría. No me atreví a darle la dirección de mi casa. Le dije que me dejara en la esquina donde
nos habíamos conocido. Nos despedimos como viejos amigos. Cuando bajé del auto, sentí que
me costaría, físicamente, caminar sin que se notara lo que recién había sucedido dentro de esa
camioneta. Él seguía detenido en la esquina, yo, en un reflejo involuntario, saqué un pedazo de
papel y escribí mi primer nombre y mi número de teléfono. Regresé a la camioneta y se lo
entregué diciéndole que me llamara cuando quisiera. Lo hizo, varias veces, y lo gozamos
muchísimo cada vez
llevaría. No me atreví a darle la dirección de mi casa. Le dije que me dejara en la esquina donde
nos habíamos conocido. Nos despedimos como viejos amigos. Cuando bajé del auto, sentí que
me costaría, físicamente, caminar sin que se notara lo que recién había sucedido dentro de esa
camioneta. Él seguía detenido en la esquina, yo, en un reflejo involuntario, saqué un pedazo de
papel y escribí mi primer nombre y mi número de teléfono. Regresé a la camioneta y se lo
entregué diciéndole que me llamara cuando quisiera. Lo hizo, varias veces, y lo gozamos
muchísimo cada vez
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