Todavía recuerdo el olor de su
cuerpo cubierto de vello, su cara de maluco ordenándome complacerlo, sus
dimensiones y todo lo que pudimos gozar juntos, el único día que la vida me lo
puso cerca.
Sucedió gracias a una casual interrupción de clases por un
inconveniente en la universidad en que estudiaba mi doctorado en Paris.
Empezaba el verano y pensé que debía salir de allí por unos días para visitar
un amigo que vivía en Inglaterra, de modo que tome un autobús y me embarqué en un viaje que estuvo lleno de las
sorpresas más placenteras que uno puede esperar. Llegué a Londres a mediodía y me dedique de inmediato
a recorrer bares y saunas que, posiblemente, son los mejores de Europa. Al
cuarto día, mi amigo, que estaba residenciado en Liverpool, se comunicó conmigo
para decirme como irme a su casa. Fui de nuevo a la estación para conseguir un
bus hasta Liverpool. No había alguno disponible, de modo que compré un boleto
para una cercana ciudad, con la intención de arreglármelas como pudiera para
llegar a casa de mi amigo. Así lo
hice.
Al llegar, busque ir hasta alguna carretera
que llevara dirección a Liverpool y en poco
rato ya me encontraba instalado en el hombrillo haciendo la famosa y
acostumbrada señal del auto-stop. Estuve casi una par de horas en esas, cuando vi acercarse un enorme camión de carga.
Me ubiqué estratégicamente para ser visto lo más que pudiera, pues es fama que
los camioneros que transitan por Europa solos, siempre recogen compañía en las
autovías. No fue la excepción. En pocos
minutos, estaba subiendo al camión que se había detenido algunos metros más adelante
de donde yo estaba parado. Me quede sin aliento. El conductor era un machazo de
no creer. Un hombre blanco, velludo, robusto, alto, como de unos 40 años.
Vestía un short de khaki y una camiseta sin mangas y fumaba un cigarrillo negro
que parecía casero. Lo que más me sorprendió fue el tamaño de sus manos y la
perfección de sus pies, que llevaba descalzos. Tardé unos minutos en calibrarlo
y quedé extasiado ante el efecto que me produjo su carga de testosterona. Sin
demora, solté algunas plumitas de esas que guardo para resolver el asunto de
“mis inclinaciones” y comenzar a flirtear. El conductor del camión me miró un
poco sorprendido, pero sonrió al saludarme de vuelta y preguntarme, en un inglés
con acento, hacia donde iba. Resulta que íbamos exactamente al mismo sitio. El
macharro retomó el camino y me ofreció un cigarrillo que rechacé con un gesto
de cierta coquetería. Estaba dispuesto a
lo que fuera por probar aquel maravilloso manjar. Creo que él lo captó de inmediato, enseguida empezó
a conversar banalidades y hacer chistes con cierto doble sentido, que nos
llevaron a una cómoda amabilidad de amigos.
Llevábamos como una media hora de camino, cuando mi hombrezote me informó que era hora de pararse a tomar algo y pasar por el baño y que él, conocía un lugar suficientemente discreto para eso. Me sorprendió lo de “discreto” y empecé a salivar. Tenía la certeza de que iban a darme lo mío. Paramos en un lugar donde compramos un refresco y al salir, el macho me señaló una zona boscosa que parecía un parque muy intrincado. Me preguntó si me animaba a caminar por allí un rato. Temblando de la excitación me atreví a decirle que lo haría solo si el me acompañaba. Se rio, se agarró el paquete por primera vez y sin quitar la mano de la entrepierna, me respondió que lo haría encantado.
Llevábamos como una media hora de camino, cuando mi hombrezote me informó que era hora de pararse a tomar algo y pasar por el baño y que él, conocía un lugar suficientemente discreto para eso. Me sorprendió lo de “discreto” y empecé a salivar. Tenía la certeza de que iban a darme lo mío. Paramos en un lugar donde compramos un refresco y al salir, el macho me señaló una zona boscosa que parecía un parque muy intrincado. Me preguntó si me animaba a caminar por allí un rato. Temblando de la excitación me atreví a decirle que lo haría solo si el me acompañaba. Se rio, se agarró el paquete por primera vez y sin quitar la mano de la entrepierna, me respondió que lo haría encantado.
Entramos al parque. Cuando
estuvimos fuera de la vista de la autopista, mi macho se me acercó
peligrosamente y pasó su brazo por encima de mi hombro. Sin decir palabra me
condujo a una zona escondida, tapada por altos árboles. No me dijo ni una
palabra. Me llevó hasta allí con decisión y de inmediato comenzó a pasar sus
manos por mis nalgas, encima de mi ropa. Casi me desmayo de la excitación, en
ese momento, tenía el machete como una vara de acero que empapaba con sus líquidos
mi interior. El hombre siguió tocándome sin parar. De pronto tomó una de mis
manos y la puso encima de su paquete. Casi me da un ataque, lo que se percibía era un tolete de carne
inmensamente grueso. No podía más,
estaba demasiado caliente, me urgía
meterme ese trozo de carne en la boca. Mis manos temblaban cuando empecé
a buscar el inicio de la cremallera; en eso, para aumentar mi emoción, la voz ronca de mi hombre me dijo “deja los nervios, tranquilo, que lo vas a
mamar todito tú solo”. Enseguida me agarró, me obligó a descender a la
altura de su machete, se alejó unos
centímetros para que yo pudiera disfrutar la aparición de ese monstruo ardiente y abrió
por completo su short. Lo que salió de allí….Dios mío!! Lo que salió de allí,
es una de las pingas más fabulosas que he visto. Un instrumento grueso, muy
grueso, cubierto por una piel suave, surcado por brotadas venas, con una cabeza
enrojecida por lo duro que estaba, brillante, sembrado en una mata de pelo
negro espeso y abundante y de unos 20
cms. de longitud, tan duro como una piedra.
El hombre me preguntó si me gustaba, me pidió que se lo dijera y lo acercó a mi boca hambrienta, ansiosa,
desesperada por saborear aquella cosa extraordinaria. Lo agarré con una mano,
eché hacia atrás la piel para descubrir la gorda cabezota y empecé a dar suaves
lamidas. Mi lengua iba poco a poco acostumbrándose a su sabor acre, un poco
saladito, delicioso, mi lengua no quería detenerse, lo recorría, iba de un lado
a otro, mientras que mi macho jadeaba y decía que le diera más y más. Así lo
metí a mi boca completamente. Lo tragué. Literalmente me comí esa verga con
toda mi destreza, como loco por la emoción de tenerlo. Hundí mi cara en su pelambre, jugué con sus
bolas, y ni un momento dejé de saborear esa verga que me tenía enloquecido.
Tardé un buen cuarto de hora en
llevar a mi hombre al extremo del placer, él se dejaba hacer con deleite,
gritaba, decía cosas, me pedía que no parara de mamar, que lo
gozara todo, completo. Eso hice. Me lo disfruté completo. Casi al momento de lo que yo
creí sería su estallido final, el camionero levantó mi cabeza, me agarró por la cintura y me besó con rudeza,
restregándose contra mi cuerpo. Sin
darme cuenta me dejó sin pantalón y me volteó, obligándome a ponerme en cuatro
patas sobre la hierba. Entonces me lo
clavó. Literalmente, me clavó. Me hizo ver el diablo por un minuto, me causó un
fuerte dolor, un dolor fascinante; dio
unos cuantos bombazos, diciéndome que gritara a mis anchas, que nadie iba a
oírme; yo gritaba y gritaba, mezcla de placer y dolor divino. Me lo metía
durísimo, me daba y me daba, me abría las piernas, me clavaba una vez y otra y
otra y me agarraba de la cintura para obligarme a mover el culo atrapado por
ese enorme pedazo de carne hirviente y durísimo que me taladraba por
dentro. De pronto, pensé que quería
descansar, intentó sacarlo un poco, tomó aire y lo enterró de nuevo, de un solo
golpe, con una exclamación de placer que nunca he olvidado. Se derrumbó sobre
mí. Tapándome por completo, mojándome con su sudor, por un par de minutos,
hasta que recuperó fuerzas para sacármelo con cuidado. Me dijo que no cerrara las
piernas, me volteó boca arriba y con su camiseta secó un poco de mi sudor,
besándome. Luego, me hizo un pequeño masaje con sus dedos en mi
culito herido por ese monumental machete y se vistió, ayudándome a hacer lo
mismo.
Regresamos al camión bromeando
sobre lo que acabamos de hacer. Al poner el motor en marcha, me preguntó si
todavía me dolía, Le dije que sí. Entonces sonrió diciéndome que eso era lo
mejor que él tenía: Dejaba una huella inolvidable de dolor…
Delicioso relato
ResponderEliminar