A todos nos gusta, para empezar, un torso bien formado. Es una manera excelente de calibrar ese cuerpo que encontramos al pasar, o que nos acompaña siempre, o algunas veces, o cada vez que nos da la gana. Es por el pecho por donde empezamos a sentir que esas manos nuestras tendrán terreno abonado para el placer, ese inmenso placer de seguir desde allí descubriendo cada centímetro de machura, cada rincón de fiereza. Cada pedazo de hombre.
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