lunes, 13 de junio de 2011

Su curiosidad y mi boca

Dejé mi auto en el taller como a las 9 de la mañana de un sábado que no prometía ninguna cosa especial. Pensé en regresar a casa caminando, para aprovechar el día luminoso y fresco, pero me arrepentí al ver que por la avenida circulaban un número inusual de taxistas. Como siempre, presto para aventuras con hombres del volante, decidí intentar procurarme un desayuno especial y me lancé a la aventura. Casi enseguida, un taxista delgado, blanco y no muy especial, se detuvo, sin que le hiciera ninguna señal. Subí a su taxi y le di la dirección de mi casa. Empecé de inmediato una conversación banal sobre el bello día y el buen tiempo, el tipo enseguida comenzó a llevarme la corriente y en poco tiempo, reíamos y parloteábamos como amigos. Llegados a mi casa, él pregunto si vivía sólo, a lo que respondí que sí y aprovechando al vuelo su pregunta, le invité a subir. Él aceptó encantado y subimos sin más.

Una vez en mi casa, le sugerí ponerse cómodo a lo que él contesto diciendo que no tenía ganas de trabajar y que prefería quedarse un rato conmigo, si no me importaba. Le dije que me parecía una idea fantástica, pero agregué

- Qué te gustaría que hiciéramos?

- No se pana, eso lo decides tú, a lo mejor me resuelves una curiosidad que tengo desde hace tiempo

- Cuál es esa curiosidad?

- Bueno....(sonrisas muy tímidas pero resueltas) tu sabes, pana...es que varios amigos de la línea cuentan historias de maricos que les maman el guevo y la pasan de pinga...tu eres así?

-Así cómo, pregunte haciéndome el tonto

- Bueno así, gay, marico....digo, bueno sin ofensas, qué si a tí te gusta metértelo en la boca?

- Quieres que te lo demuestre? le dije

- (sorprendido e interesado) Pana, creo que sí, pero mosca, sólo quiero que me lo mames un rato hasta que acabe. No me vas a hacer más nada ni yo te voy a hacer más nada. Esto es sólo curiosidad...


- Tú puedes hacer lo que tu quieras contigo, pajeate o desnudate o lo que quieras, no hay rollo; pero a mí sólo te pido que juegues con este guevo hasta que me saques leche y te la tragues. Te sirve?
- Claro que me sirve, le dije mientras me quitaba toda la ropa.
Él se paró frente a mi, se quitó la franela y se agarró el paquete, que empezaba a levantarse bajo el jean. Yo me arrodillé frente a él y comencé a tocarlo, su inseguridad me encantaba, sobre todo cuando comenzó a reír como si estuviera haciéndole cosquillas. Se dejó desnudar totalmente y yo empecé a notar que le gustaría. Entrado en confianza, agarré su machete entre mis manos y me dedique a admirarlo por unos buenos segundos. No era nada del otro mundo, pero no estaba nada mal. Largo y más bien delgado, se cubría de vellos color claro y ardía de impaciencia en una gran erección. Lo agarré atrayéndolo a mi boca y él no hizo ningún movimiento para negarse o para ofrecerse; me gustó mucho su actitud. Se quedó tranquilo, cruzado de brazos esperando mi lengua hambrienta de guevo.



Lo tenía completamente dominado con mis artes. Empecé a chupar suavemente lo que él quería darme y mientras lo hacía, saboreaba cada centímetro de ese guevo que me encantaba por duro y bien dispuesto. Lo metí en mi boca, daba suaves lamidas y lo retiraba unos instantes. Luego volvía a agarrarlo, lo pelaba completo con una mano y danzaba con mi lengua alrededor de su cabeza desnuda. Volvía luego a mis andadas. Lo introducía de un sólo bocado hasta lo profundo de mi garganta y allí lo mantenía por un buen rato, sintiendo el placer de su calor y escuchando sus gemidos de gusto. Mi taxista se retorcía de placer, pero no se atrevía a tocarme. De pronto vi como llevaba sus manos a las tetillas y se apretaba cada pezón, mientras me decía que siguiera así, que lo estaba haciendo muy bien.

Me entregué a comerme ese tolete. Estuve dándole lengua por unos quince minutos o más, tal vez. En el colmo de la excitación, el hombre se dejó caer en un sillón cercano, abrió sus piernas y continuó frotando sus pezones, mientras yo me pajeaba con una mano libre, y con la otra sostenía el tallo de ese guevo a punto ya de reventar. Sucedió entonces. El taxista se irguió un poco en la silla y me clavó profundamente el machete en la boca; a pesar de mis arcadas, no renuncié ni a una gota de su leche tibia y dulzona, que empezaba a resbalar por mi garganta. Apreté fuertemente ese esplendido artefacto y con todo mi ímpetu, ordeñé todos sus líquidos, mientras él gemía y se revolvía por la intensidad del orgasmo.

Yo acabé sobre la alfombra y esperé que su guevo empezara a descansar en mi boca. Besé el vello de su entrepierna y pase mi lengua por sus bolas una y otra vez.

Él se levantó, fue al baño, se lavó y se quedó sin ropa por un rato, conversando conmigo de lo rico que había sido la experiencia.

Antes de despedirse me recordó que el no era gay, pero que seguramente íbamos a volver a vernos. Ha sucedido y cada vez, es más rico.





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