sábado, 14 de agosto de 2010

Viaje de negocios

A los pocos años de graduado de Abogado, mi padre me pidió que me uniera a su bufete de abogados internacionalistas. Yo tenía poco interés en esa rama específica del derecho, pero la situación laboral no era la mejor y ese empleo me ofrecía la posibilidad de viajar continuamente y un sueldo atractivo. De modo que acepté, justo en el momento en que el bufete cerraba el trato para ocuparse de un complicado caso que involucraba las cortes del estado de Florida. Mi padre me asignó el delicado papel de ser el abogado asistente de ese caso en particular, lo que implicaba interminables horas de estudio (yo no sabia ni una palabra de leyes americanas) y viajes quincenales a Miami. Una ciudad que jamás me ha gustado.
En uno de esos viajes, mi padre y tres de los socios, estábamos trabajando en un conocido hotel de hombres de negocios, en el que transcurría la mayoría de nuestro tiempo. Casi nunca salíamos de allí, ocupados en el caso. Un domingo en que nos preparábamos para lo que podría ser la reunión más importante antes del juicio, mi padre sugirió bajar al restauran del hotel y tomarnos unos tragos antes de cenar, para relajarnos. Así fue; al poco, 5 abogados venezolanos estabamos en el bar, tomando y conversando.
Cuando iba por mi segundo trago, empecé a notar que uno de los meseros, un apuesto cubano joven, alto y bien formado me lanzaba miradas furtivas. Me costó darme cuenta de sus intenciones, pero mantuve la mirada y pedí un nuevo trago. Al traerlo, el tipo me rozó el hombro con su paquete, muy discretamente. Yo lo capté y me puse tan a millón, que necesité verdaderos esfuerzos para que no se notara la potente erección que me ocasionó. Los colegas decidieron pasar al restauran y yo, invente una excusa para retirarme. Caminé con resolución hasta el mesero y le pregunté donde quedaba el baño. Él, me señaló una vía que no era la del baño de huéspedes. Intrigado, pero muy caliente como para no comprender, fui a ese lugar. Cuando llegué a la puerta, un letrero en español indicaba que ese era un lugar “sólo para empleados del hotel”. Con verdadero temor, abrí la puerta. El baño estaba vacío. Era un pequeño cuarto, con un reservado, un orinal de pared y una ducha tapada con una cortina. Una urgencia por orinar se apodero de mí en el acto. Me pare frente al orinal, abrí el pantalón y casualmente lo deje rodar hasta las rodillas; comenzaba a orinar cuando escuché la puerta. El mesero entraba al baño y cerraba la puerta tras de si. Caminó hasta la ducha, se desvistió y me llamó con un gesto de su mano. Él estaba dentro del reservado de la ducha y yo frente al orinal.
- Ven acá, y no te preocupes, no va a venir nadie, me dijo
Entonces, se sentó en una especie de saliente que había en la ducha y se agarró el machete, mostrándomelo orgulloso.
Era una verga enorme, paradísima, cubierta por un prepucio que se deslizaba completamente hacia atrás. Casi no tenía vellos y parecía pedir que lo metiera en mi boca. Me arrodillé y empecé a mamarlo con la desesperación de quien lleva muchos días aguantado. Mame por espacio de diez minutos sin detenerme; mientras, terminaba de desnudarme para él.
De pronto, el cubano se levantó de su sitio y me volteó, colocándome frente a la pared de la ducha. Él se sentó en el piso y empezó a jugar con mi culito. Metía su lengua dentro de mi hoyo, lamía, besaba y mordisqueaba suavemente mis nalgas una y otra vez; yo estaba en éxtasis.
Luego de un ratito, me pidió que me sujetara al lavamanos y me abriera en cuatro. Moría por hacerlo, sabia que estaba suficientemente dilatado para recibirlo y además, el morbo de saber que muy cerca de allí, mi papá seguía hablando de tonterías legales, mientras a su primogénito le daban duro en el baño de empleados, me tenia totalmente loco. Eddie, (que así se llamaba mi cubano) se colocó detrás de mí y me echó lubricante, antes de calzarse un condón, para empezar a abrirse paso con suavidad. Yo le ayudaba en la tarea, buscando darle el mayor ajuste a ese enorme tolete de carne hirviente que buscaba penetrarme totalmente. De pronto lo sentí entrar y embestir con ganas. Mi goce era total. Me moví por un rato, hasta que él me pidió que me quedara tranquilo y lo dejara trabajar a gusto. Tensé las piernas, apreté las nalgas cerrando el huequito lo más que podía y me entregué a disfrutar el viaje. En uno o dos minutos, las embestidas se hicieron increíblemente fuertes y al tiempo que sus gemidos se convertían en gritos, estallé sin necesidad de tocarme, bañando el piso y las paredes del lavabo con mi semen. Entonces él se retiró, arrancó el condón y bañó mi cara con su leche caliente. Nos tiramos al piso y allí nos dimos con rudeza, mientras él dejaba salir sus últimas gotas de semen.
Nos levantamos, nos dimos un rápido baño y nos vestimos.
Antes de salir, me pidió el número de habitación. Cuando entré al salón, me encontré con mi papá, que estaba saliendo del baño de huéspedes.
- Vas a cenar por fin con nosotros, me preguntó.
- Claro, a eso vine, contesté
- Pero esa no es la entrada, ¿qué hacías por ahí?
- Nada, me perdí en el hotel buscando la puerta, respondí con naturalidad
Eddie nos atendió en la cena con la mayor simpatía y nuestra propina fue más que generosa. Esa misma noche y muchas más, lo tuve de invitado en mi habitación.
¿Y el juicio? Perfecto, poco después celebramos el triunfo de nuestra bien preparada defensa. Cosas de negocios.

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