martes, 20 de abril de 2010

Memorias de parques...














Esta mañana, después de muchos años, volví a atravesar caminando el Parque Los Caobos. Tuve una época en la que vivía cerca y lo caminaba diariamente; pero, al mudarme, me hice eco de los rumores que tildan al parque como uno de los lugares más peligrosos de Caracas. Esta mañana, cuando lo atravesé, me dio por recordar los días en que “cruisear” en Los Caobos era rutina obligada del ambiente gay caraqueño.
Todo el mundo tiene alguna anécdota de esos años. En mi paseo de esta mañana, reviví, en particular, una. Yo tenía como 25 años y acababa de comprar un apartamento en La Candelaria. Como había tenido que vender mi auto para completar el dinero de la compra, iba a todas partes a pie o en metro y, para cortar camino, atravesaba el parque con frecuencia. Una mañana, iba con bastante prisa a la Torre Capriles, cuando al llegar al parque observé que un grupo de muchachos, jugaba una “caimanera” en la mera entrada. En un instante olvidé las prisas. Me compré un helado y me senté a bucearme aquel grupo de guapos, medio desnudos, corriendo detrás de una pelota. Así estuve cerca de media hora, hasta que se cansaron y se despidieron. Todos, menos uno, se fueron en varias direcciones. El que se quedó era un moreno alto y delgado que llevaba un gran bigote. Se me acercó, preguntándome si me había gustado el partido. Me sorprendió el saberme descubierto; pero, le dije que si, que me había parecido una visión estupenda. Él se sonrió y se sentó al lado mío, mucho más cerca de lo que cabía esperar. Estaba sin camisa y sudaba copiosamente. Me preguntó si yo vivía cerca y si sería capaz de invitarlo a mi casa, pues quería bañarse. Le dije que sí.
Caminamos en silencio hasta mi casa. Al llegar, se sentó e hizo un par de comentarios banales sobre el apartamento. Yo me senté junto a él. De pronto, me pidió que me acostará en el piso, boca abajo, que le daba curiosidad ver algo. Sin entender por qué, hice lo que me pedía. Él se acercó y comenzó a acariciarme las nalgas por encima del pantalón; en silencio, me soltó el cinturón y empezó a desnudarme hasta dejar descubiertas mis nalgas. Entonces me dijo:
- Chamo, que culito más rico tienes.
Cuando volteé a mirarlo, se había desnudado por completo, exhibiendo una poderosa erección en un machete largo y muy grueso; de cabeza gorda, oscura y tapada, abundantemente velludo y con un fuerte y muy excitante olor a sudor.
Sin decirme nada se sentó a la altura de mi boca, acercó ese guevote durísimo hasta los labios y me preguntó si yo quería que se lavara primero; le dije que no. Suavemente empecé a mamárselo con entusiasmo, mientras él no cesaba de alabarme y acariciarme el culito. Estuve mamándole como unos 15 minutos, de todas las formas posibles, hasta que en un momento me dijo, casi a gritos, que no podía más, que se venia encima. Me lo sacó de la boca y me bañó con su leche, mientras yo explotaba al mismo tiempo y él restregaba la leche de ambos sobre mi pecho.
Se levantó de allí y se metió al baño. Cuando salió, me dijo que él nunca se cogía a sus panas la primera vez. Que le diera mi teléfono y preparara ese culito para su próxima visita.
Me llamó a los tres días, vino a casa y cumplió fielmente con su promesa. Estuvimos tirando por espacio de dos años y cada vez era mejor que la anterior.
Nunca supe por que nunca pasamos de ser compañeros de sexo. Sólo se que voy a recordarlo siempre como uno de los grandes hombres de mi vida; aunque desapareció con el mismo misterio y pocas palabras, con que apareció aquel Jueves en la mañana en el Parque Los Caobos.





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