Llegué al restaurante del hotel y me senté en una mesa cercana a la piscina pero protegida del intenso sol por una terraza acristalada tan grata que habría podido estar allí todas las vacaciones, que recién comenzaban. Me acompañaba mi familia casi al completo en cumplimiento a una vieja y solida tradición familiar: el inicio de las vacaciones siempre incluía un par de semanas "en familia" y el resto como cada quien bien pudiera. De modo que esa quincena en el spa de Punta Cana, era lo más parecido al esparcimiento más deseado: sol, playa, buena comida y montones de hombres de todo tipo entre los que destacaban los empleados dominicanos del hotel...
Esa mañana mientras desayunábamos
había puesto mis ojos en un muchacho que trabajaba atendiendo la mesa de las
panquecas con bastante maestría, mientras soltaba toda su simpatía. Era un
moreno no muy oscuro, como de 1 75 de estatura, llevaba el cabello cortado casi
al rape y una pequeña barbita estilo candado muy bien recortada. Tenía los ojos
más intensos que había visto en años, de color marrón con grandes pestañas y su
cuerpo, a pesar de las ropas de cocinero, se veía muy bien formado. Quede impresionado con ese tipo y me hice el
propósito de indagar mis posibilidades, tanto como lo permitiera la familia.
La ruidosa mesa del almuerzo recibía más y más personas, primos, tíos, hermanos, novios, esposas; gente de la familia que se iba juntando con ese ánimo fiestero que siempre hemos tenido. De pronto decidimos pedir algunas jarras de sangría para empezar a calentar motores; como yo era el que estaba más cerca de la estación de meseros, volteé la cabeza para llamar la atención de alguno de los empleados y mi sorpresa casi me quita el habla. Vestido con una bermuda color azul y una ceñida camiseta blanca sobre la que llevaba un chaleco de rayas, el mesero que había cautivado mi atención en la mañana, acababa de integrarse al turno del mediodía. Nuestros ojos se cruzaron por un instante y tuve la sensación de que mis posibilidades aumentaban. Decidí tontear un poco. En lugar de hacerle un gesto pidiéndole venir a la mesa, me levanté y caminé hasta su estación. Entonces sentí que me miraba siguiendo mis pasos, como si estuviera llamándome a su encuentro; yo llevaba un pequeño short de tela estampada que dejaba ver mis buenas piernas marcando mis nalgas apetecibles y una camiseta sin mangas, por la que se asomaba sin pudor lo mejor de mi torso y brazos velludos. Me quité los anteojos de sol y en ese momento, mi mesero clavó sus extraordinarias almendras marrones en mí. Un escalofrío de deseo me recorrió el cuerpo.
La ruidosa mesa del almuerzo recibía más y más personas, primos, tíos, hermanos, novios, esposas; gente de la familia que se iba juntando con ese ánimo fiestero que siempre hemos tenido. De pronto decidimos pedir algunas jarras de sangría para empezar a calentar motores; como yo era el que estaba más cerca de la estación de meseros, volteé la cabeza para llamar la atención de alguno de los empleados y mi sorpresa casi me quita el habla. Vestido con una bermuda color azul y una ceñida camiseta blanca sobre la que llevaba un chaleco de rayas, el mesero que había cautivado mi atención en la mañana, acababa de integrarse al turno del mediodía. Nuestros ojos se cruzaron por un instante y tuve la sensación de que mis posibilidades aumentaban. Decidí tontear un poco. En lugar de hacerle un gesto pidiéndole venir a la mesa, me levanté y caminé hasta su estación. Entonces sentí que me miraba siguiendo mis pasos, como si estuviera llamándome a su encuentro; yo llevaba un pequeño short de tela estampada que dejaba ver mis buenas piernas marcando mis nalgas apetecibles y una camiseta sin mangas, por la que se asomaba sin pudor lo mejor de mi torso y brazos velludos. Me quité los anteojos de sol y en ese momento, mi mesero clavó sus extraordinarias almendras marrones en mí. Un escalofrío de deseo me recorrió el cuerpo.
El salió de la estación y se paró
enfrente del mostrador enseñándome su perfecto cuerpo lampiño; sus pantorrillas,
muy bien contorneadas, parecían esculpidas en chocolate brillante y sus brazos
moldeados me estremecieron de placer. Era un hombre estupendamente guapo.
Sonreía invitador cuando me planté frente a él.
-
¿Podrías,
por favor acercarnos 4 jarras de sangría bien fría a esa mesa de allá? Dije
con toda la picardía que pude
Él, con bastante desparpajo, me
respondió
-
No tenias
que levantarte de tu silla para eso, has podido llamarme con un gesto, habría
ido corriendo
-
Sí, pero
es que allá hay mucha gente y no se puede hablar, le dije...
-
Entiendo,
respondió, mientras muy sutilmente posó sus manos sobre el sitio de su paquete
y dijo:
-
4 jarras
de sangría, (tocándose muy levemente) me miró a los ojos: ¿te provoca algo más?
Yo tenía la boca echa
agua, creía que me iba a abalanzar sobre él, pero conteniéndome,
aunque sin quitarle los ojos de encima, le respondí con todo mi atrevimiento
-
Por ahora
la sangría, ya tendré tiempo para pedirte el resto de las cosas que quiero
Me calibró de arriba a abajo y
fue mucho más lejos de lo que había imaginado:
-
¿Ves esa
puerta doble de metal? Conduce al paraíso...si quieres algo más sabroso que una
sangría, cruza esa puerta a las 5 y media, voy a estar esperándote
Esa respuesta me dejo sin habla.
Intenté replicarle cuando lo vi darse vuelta y decirme con la mayor amabilidad
-
En minutos
le llevo la sangría Señor Alviarez, también les serviremos algunas tapas, están
buenísimas...
Tuve que hacer un esfuerzo para
que no se me notara el temblor en el cuerpo y la excitación que empezaba a
convertirse en una húmeda y potente erección. Agarré varias servilletas para
taparme de algún modo mientras iba a la mesa, me senté sudando de turbación e
hice lo que pude para evitar preguntas incómodas.
Casi muero de ansiedad en las 4 horas largas que faltaban para mi cita. El almuerzo no me supo a nada y creo haber sido el primo más ausente en las bromas de la enorme mesa. Casi a las 4 y media finalmente empezamos a disgregarnos, mis hermanos me invitaron a dar una vuelta por la playa en compañía de algunos primos en plan "salida de muchachos" y yo me apresuré a inventar un terrible dolor de cabeza por la sangría y muchas ganas de siesta temprana. Corrí a mi habitación, me di un baño y me preparé para ir en búsqueda del paraíso.
Casi muero de ansiedad en las 4 horas largas que faltaban para mi cita. El almuerzo no me supo a nada y creo haber sido el primo más ausente en las bromas de la enorme mesa. Casi a las 4 y media finalmente empezamos a disgregarnos, mis hermanos me invitaron a dar una vuelta por la playa en compañía de algunos primos en plan "salida de muchachos" y yo me apresuré a inventar un terrible dolor de cabeza por la sangría y muchas ganas de siesta temprana. Corrí a mi habitación, me di un baño y me preparé para ir en búsqueda del paraíso.
Crucé la puerta sin ningún
problema, a pesar de ser un espacio "prohibido" para los huéspedes.
El largo pasillo poco iluminado estaba flanqueado por puertas a cada lado que
yo asumí eran las habitaciones del personal. Mientras pensaba temeroso en la
excusa que inventaría para justificar mi presencia en ese pasillo, en caso de
ser descubierto, se abrió una de las puertas que daba al pasillo. Era él.
Llevaba un pequeño interior blanco por toda ropa. Iba descalzo y exhibía cierta
protuberancia muy apetecible bajo aquel pequeño pedazo de algodón blanco. Me
quedé paralizado por unos segundos al ver esa maravilla que me había deparado
la suerte; pero, de inmediato, caminé a su encuentro. Cuando estuve frente a
él, me agarró por un brazo y entramos a la habitación. Sin decir nada más,
comenzamos a besarnos como fieras. No sé cómo me arrancó la camiseta y el short
que llevaba puestos, pero creo que, en menos de tres segundos, me tenía
completamente desnudo sin haber separado su boca de la mía. Entonces, yo me
aparté un poco para contemplar aquel cuerpo que parecía obra de un escultor y
puse mi mano sobre la tela que cubría lo que deseaba más que nada en ese
momento. Mis manos fueron mis ojos antes de que pudiera ver nada, era un
portentoso instrumento grueso con una cabeza muy erguida que latía hasta casi
reventar dentro de mi mano. Sin mirarlo, lo metí en mi boca y el delicioso
sabor de una pinga bien parada que reclama atención, inundó mis sentidos. Creí
que moriría de gusto. Me volví loco, parecía que me hubieran pegado con
soldadura a ese pedazo hirviendo de carne morena. Lo chupaba, lo lamia, lo
metía dentro de mi boca hasta producirme arcadas y con destreza lo pajeaba un
poco para volver a lamerlo por completo. Mi mesero gemía y se retorcía de
gusto. Apenas si había logrado distraerme de mi trabajo por un instante para
tenderse boca arriba sobre la cama. Ahí yo lo tenía totalmente para mí y mi
lengua no podía desaprovechar ese banquete. Lo chupé como si se fuera a acabar
el mundo. Sabía muy bien que él lo disfrutaba como loco pues estaba
contorsionándose como una culebra herida.
De pronto, empezó a buscarme por detrás; tocaba mi culo con sus manos, apretaba mis nalgas, se acercaba a la entrada
que comenzaba a dilatarse de gusto y, sin dar chance para esperar ni un segundo
más, sacó de mi boca su verga extraordinaria y situándola a la altura de mis
ojos, se dobló sobre mis nalgas y metió su lengua dentro de mi abertura, yo me
abrí sin ninguna vergüenza y le ofrecí mis nalgas hambrientas de placer. Fue
entonces cuando pude calibrar con mis ojos lo que ese moreno tenía entre las
piernas...Carajo!!! Eso es una pinga premiada: como de unos 21 cts. de largo,
moreno oscuro, cubierto de una piel que parecía terciopelo, realmente muy
grueso y con una cabezota casi morada que sobresalía a la mitad de un prepucio
que se retraía tratando de embestirme.
Lo hizo por fin. Y fue una cogida memorable. Después de haberme dado lengua a gusto en el culo que le ofrendaba sin temores, separó mis piernas con sus manos, se puso encima, cuadró su pedazo de carne dura como un hierro y sin faltas, me lo metió completo con toda la fuerza de su ser. Me clavó. Al principio sentí un corrientazo de dolor que me llegó hasta el centro del cerebro. Su mano tapó mi boca para ahogar mi grito y en un susurro me dijo a la oreja:
Lo hizo por fin. Y fue una cogida memorable. Después de haberme dado lengua a gusto en el culo que le ofrendaba sin temores, separó mis piernas con sus manos, se puso encima, cuadró su pedazo de carne dura como un hierro y sin faltas, me lo metió completo con toda la fuerza de su ser. Me clavó. Al principio sentí un corrientazo de dolor que me llegó hasta el centro del cerebro. Su mano tapó mi boca para ahogar mi grito y en un susurro me dijo a la oreja:
-
¿no era
esto lo que querías? gózatelo sin quejarte...gózatelo que es tuyo...
Eso fue lo que hice. Superado el
primer golpe de dolor, me convertí en una fiera poseída por ese tolete
insuperable. Me moví en todas direcciones, me senté encima, me abrí de piernas
todo lo que pude, le di mi culo en todas las formas que él quiso tenerlo. Dejé
que me dominara mientras recogía su sudor y disfrutaba sus guarradas y sus
gemidos.
Pasados un rato glorioso, él me agarró por la cintura, me puso sobre el centro de la
cama en cuatro patas y embistió nuevamente con fuerzas renovadas. Sujetó mi
cintura y bombeó su verga, durísimo, varias veces. Lo hizo con todas sus
fuerzas, tanto que temí resultar herido. Él agarró mi pinga con su mano libre y
la sacudió un poco logrando mi orgasmo a borbotones. Enseguida, sus gritos me
anunciaron que estaba llenando de leche mi culo, y vaya si lo hizo…! Fue tal su
acabada, que sinceramente pensé que estaba teniendo una convulsión.
Caímos rendidos en la cama uno junto al otro bañados en nuestros propios sudores fascinados, completos, totalmente satisfechos hasta más allá de lo deseado.
El encuentro se repitió varias
veces, en los lugares menos creíbles, hasta que terminaron mis días de ocio
feliz en Punta Cana; pero, aquella primera vez en El Paraíso, no pudo
replicarse nunca más...Caímos rendidos en la cama uno junto al otro bañados en nuestros propios sudores fascinados, completos, totalmente satisfechos hasta más allá de lo deseado.
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