martes, 14 de septiembre de 2010

The glory hole

Hay una primera vez para todo. Una primera vez que no se olvida ni queriendo, la primera vez que comes una fruta exótica, la primera vez que vas a una discoteca, la primera vez que fumas o la primera vez que te mamas un guevo sin verle la cara al tipo, jamás. Para mi, fue en Londres y sucedió hace unos cuantos años. Era otra primera vez: la primera que iba en viaje de negocios a Londres, sólo y con todos mis gastos pagados. De modo que además de trabajar, me dediqué con esmero a recorrer los sitios más extraños y sórdidos de una ciudad que abunda en sitios raros. Uno de esos sitios fue un porno store inofensivo, en el que vendían películas de todo tipo y tenía, en el fondo, unas cabinas que se operaban con monedas especiales y que permitían ver películas porno por pedacitos, pues se apagaban con la frecuencia con que este novato no sabía usarlas. Cuando entré a la cabina que escogí, me llamó mucho la atención un hueco redondo, perfectamente arregladito, colocado a una altura inusual en una pared lateral. En principio no sabía que era; jamás había escuchado hablar de los famosos Glory Holes, jamás se me había cruzado por la mente la idea de que ESO existía. Miré el hueco y pensé varias cosas, la más lógica, por supuesto, es que era un sitio para mirar al otro lado e intenté comprobarlo.

En esas estaba cuando fui sorprendido (realmente) por un delgado y largo pedazo de carne durísima que entraba por el hueco en dirección a mi cara. Mi primer instinto, ni se por qué, fue agarrarlo. Si, tocar aquel erguido instrumento y sopesarlo. Pensé que, libre de la cara de su dueño, era un guevo independiente al que podría manejar a mi antojo. Entonces me dediqué a acariciarlo y aunque sentía cierta urgencia del otro lado, algo parecía estar saliendo bien. Uno o dos minutos después, resolví bajar mi pantalón y acercarlo a mis nalgas para sentir el roce de su dureza; eso pareció darle renovados ánimos pues buscó ansioso una entrada que no estaba disponible. Jugando un rato mas, empecé a acercarlo a mi boca. Unos delicados besitos encabritaron la bestia. Empecé a pasar mi lengua por toda su extensión y lentamente me lo metí en la boca. Primero la cabeza, descubierta por completo, y poco a poco el resto, mientras tragaba lentamente su longitud.

Desde el primer momento supe, sin embargo, que entre todos los placeres efímeros, aquel seguramente encabezaba la lista. En efecto, no había completado cinco minutos degustando y saboreando aquel machete hirviendo, cuando en un movimiento súbito, el tipo arrancó su guevo de mi boca y bañó mi cara y mi camisa con su semen. Entonces vi como a través del mismo hueco, recuperaba su flacidez y desaparecía.
Me tomé unos minutos para recomponerme, pajazo solitario mediante. Limpie lo mejor que pude los restos del semen desconocido y salí de allí increíblemente excitado pero con la certeza de haber descubierto un mundo que me daría satisfacciones a granel, en el anónimo espacio de cualquier cabina con un discreto agujero con sabor a gloria...

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