viernes, 6 de enero de 2012

Una sorpresa inesperada

Cuando regresé de la cocina, con la cerveza fría en la mano, él ya se había quitado la ropa y exhibía un palo duro y muy bien formado entre sus manos. Apenas si lo movía: en realidad, me pareció que simplemente estaba mostrándolo, para que yo pudiera calibrar su espesor, su cabeza que salía de los pequeños pliegues de una piel que él se había ocupado de echar hacia atrás, su longitud, bastante por encima de lo que hasta ahora siempre considero "normal" y los vellos que rodeaban el tallo de aquel machete, y que empezaban a formarse como un remolino de dichas, a partir de un ombligo diminuto, perdido en el bien formado abdomen de mi visitante. Si, estoy seguro que lo que hacía era mostrarme su maravilloso instrumento. De eso modo, yo tendría razones para elegir jugar con eso, o alarmarme ante el abuso.



Había llegado a mi casa, apenas unos minutos antes. Mi auto se había quedado en el taller y yo, fiel a mi costumbre, esperé algunos minutos por un taxi, hasta escoger alguno cuyo conductor mereciera la pena el riesgo de una visita inesperada. Cuando lo detuve y abordé el auto, supe de inmediato que era el correcto. No demasiado joven, el chofer, de unos 38 años de edad, era uno de esos raros espécimenes de guapos que uno no espera ver al volante de un taxi. Vestía una camisa manga corta, que dejaba al descubierto un par de gruesos brazos, y todo el encanto de una piel completamente rosada. Todo lo demás era agregarle razones a la belleza: cabello castaño, ojos marrón claro y un cuerpo alto, formado al amparo del trabajo duro. Lo mejor, ese aire de hombre que sabe lo que quiere, indescriptible hasta para quien cree saberlo todo de los machos.


Hicimos conversación banal, le indiqué la dirección de mi casa y emprendimos marcha hacia allá. En algún momento le pregunté si no estaba un poco cansado de trabajar, a lo que él contestó que no, no estaba cansado; pero, tenía poquísimas ganas de seguir trabajando.


Yo aproveche el momento al vuelo y le sugerí venir a mi casa a "descansar y hacer nada" mientras llegaba la hora del mediodía. Él me preguntó si yo vivía sólo; le dije que sí. Hubo una pausa más o menos larga, hasta que me dijo si había un lugar donde estacionarse con seguridad. Casi grité BINGO!!!!!


Subimos a mi apartamento en animada conversación, entramos y de inmediato, me pidió permiso para usar mi baño. Le señalé el camino, y seguí hasta mi habitación. Al ratico, lo vi parado en la puerta de mi cuarto. Tenía la camisa abierta y la correa sin abrochar. Lo noté, pero intenté no darle importancia. Lo miré fijamente y comencé a sentir un irrefrenable deseo de brincarle encima y devorarlo por completo. Él debe haberlo notado, pues sonrió y me preguntó si no tenía una "peliculita grosera". Me reí y conteniendo mis ganas, fui hasta el DVD y puse una película muy evidente, en la que tres hombres hacían de todo. Él se tiró en mi cama, se arregló un poco el paquete, soltó los zapatos y se incorporó para quitarse la camisa, que me entregó para que yo pusiera en un gancho. De pronto me miró y me dijo que esa peliculita era bien fuerte, pero que no la quitara, que eso también le gustaba. Luego me preguntó si no tenía cerveza fría. Que le buscara una.


Fui hasta la cocina a buscarla, y cuando regrese, estaba allí, en mi cama dispuesto a complacerme por completo




- Agárralo, me dijo, que eso no muerde...


Me senté a su lado en la cama y comencé a jugar con ese extraordinario guevo, parado hasta que parecía reventar. Él me pidió que lo pajeara un poco; yo, enloquecido de placer, lo apreté en el puño de mi mano y muy suavemente empecé a bombearlo, mientras acercaba lentamente mi boca a su cabeza. Entonces, Él, se apoyó en sus brazos y me dijo que todo ese guevo era para mi, que hiciera lo que quisiera, que él sabía que a mi, me gustaba jugar con candela....Pero, que me quitara la ropa.


Me levante, y en menos de un segundo estuve totalmente desnudo. Él me miró, pasó su mano a lo largo de mis piernas, y me dijo sonriente


- Pana, tal como me gusta...que rico


Entonces me le lancé encima. Nunca esperé que saliera tan bien de aquello; pero, en segundos, él me besaba, yo acariciaba esa paloma durísima y él me pedía que se lo mamara hasta cansarme. Lo hice de inmediato. Creo que estuve mamando por espacio de 15 o 20 minutos. De verdad. Intentaba sacarlo de mi boca y él me volvía a agarrar por el cuello pidiéndome que no parara, que nunca se lo habían mamado igual de rico, que era mejor que todas las mujeres que se había cogido y entonces, yo volvía a mi oficio, disfrutando como un loco.


Fue en esa locura, cuando noté que ya no podía aguantar más. Me lo dijo, además. Se detuvo un momento para preguntarme si no tenía algo que hacer más tarde, le dije que no y él me respondió que necesitaba acabar, porque no aguantaba y quería que yo lo viera botando su leche; pero, que en un ratico se "recargaba el cartucho" y me lo metería por el culo...


Entendí perfectamente. Metí ese guevo urgentemente en la boca y lo chupe avidamente por un par de minutos más. Entonces me senté a horcajadas sobre él, y con manos diestras, agarré su machete, lo calibré con cara de experto y lo acaricié con mis manos. Él soltó un pequeño gemido. Esa fue la señal, enseguida estaba bombeandolo arriba y abajo con toda la experiencia de quien sabe hacerlo, mientras él se retorcía de placer y decía todas las guarradas imaginables. En poco tiempo, soltó un riquísimo chorro de leche que bañó la cama y me alcanzó hasta en los ojos.


Se tumbó en la cama, jadeante y me pidió que me tumbara a su lado.


Cumplió su promesa; pasado un rato, quizás una media hora, se incorporó, me ensenó de nuevo su guevo muy bien recargado y me pidió que "me pusiera en cuatro". Pero creo que esa es otra parte de esta historia, sucedida hace menos de dos meses y que, según lo que estoy viendo, seguirá dándome mucho placer vivirla; gracias, según dice mi taxista de turno, a mi estupendo talento para pajear a un macho...

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