





Tarde segundos en saludar, devolver el material y volver a salir, nervioso y ansioso por averiguar lo que el soldado buscaba realmente; si es que buscaba algo.
Al llegar a la salida, detuve mi auto. Sin decirme nada, el soldado abrió la puerta, entró al auto y se abrochó el cinturón de seguridad. Al hacerlo, se dejo caer sobre el asiento, abrió las piernas, levantó un poco la chaqueta y se acomodó, con un movimiento casual, el paquete. Entonces se quejó del calor. 

Estuvimos unos segundos en silencio. Cuando salimos de la urbanización, el soldado me preguntó si en realidad tenía tanta prisa, pues él no tenía nada que hacer hasta las 7 de la tarde, hora en que le tocaba presentarse en su cuartel. Agarré la sugerencia al vuelo y le pregunté que le provocaba hacer. Sin vacilar un segundo me dijo abiertamente,

- Querer, querer, quiero de todo....te provoca darle una mamada?
Al voltear a mirar, note como por encima de su pantalón verde olivo, se levantaba un abultado paquete que, mi soldado, con manos diestras empezaba a liberar. Yo no podía creer mi suerte. Le contesté que sí, que me encantaría mamarlo. El se lo terminó de sacar, me lo enseñó y me indicó un desvío en el camino, donde podría "becerrear sin rollos".
Tome el desvío, entre a un apacible camino medio rural, bastante alejado de curiosidades peligrosas. Estacioné en un rellano de la calle. El soldado bajó su pantalón completamente, me miró sonriente, agarró su portentoso machete hirviente con sus manos y me dijo
- Dale, pana...eso es tuyo todo, no lo vayas a morder...sacame la lechita....

De inmediato empecé a complacerlo. Lo tomé en mis manos, le pasé la lengua varias veces, con bastante delicadeza como para calibrar el entusiasmo de esa erección. A cada lengüetazo, mi soldado se retorcía como si recibiera pequeñas descargas eléctricas. Entonces lo lamí un poco y empecé a tragarmelo. Metí la gruesa cabeza en mi boca, después de haber llevado hacia atrás toda la piel que la cubría. Mantuve la cabeza unos segundos en la calidez de mi boca y entonces fui devorandolo golosamente, pero con auténtica calma. Mi soldado se retorcía, gemía, decía cosas, se lo agarraba, me sostenía por el cuello, empujaba su guevote dentro de mi boca, y me obligaba a permanecer con él en lo profundo de mi garganta.
De pronto, sin avisarme, estalló dentro de mi boca. En un segundo sentí llenar toda mi boca con su leche tibia. Apreté la fuerza de mis mandíbulas para ordeñar hasta la última gota y en medio de contorsiones casi convulsivas, dejó salir todo su líquido
Entonces me pidió que lo limpiara; valiéndome de mi lengua limpíe hasta dejar brilloso ese hermoso aparato. Mi soldado lo dejó afuera y me pidió que nos fuéramos de allí. Bajamos a la ciudad, mientras el guevo que acababa de mamarme, estaba guindando libremente sobre el asiento de mi auto.
Cerca de mi casa, le pedí que lo guardara y que si quería subiera a mi casa a darse un baño y terminar la faena.
Sí algo añoro y recuerdo con profundo cariño son mis 16 meses en el ejercito. Mis dieciocho años y mi hermoso físico fueron el cebo de muchos de mis compañeros que se desfogaban con mi culo.
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