sábado, 18 de julio de 2009

Sorpresas te da la vida...






Conocí a Jhony hace poco más de un año. Él estaba caminando por el centro, lo vi pasar y lo invité a dar un paseo. Aceptó y se montó en mi auto sin remilgos. Muy poco después me estaba preguntando si me gustaba “llevármelo a la boca” y aclarándome que eso era lo único que se dejaba hacer. Lo invité a mi casa, a pesar de mis aprehensiones. Entró, se tiró en la cama, abrió el pantalón y sacó un guevo grueso y muy parado. De una vez lo metí en mi boca. Acabó rápido, se subió el pantalón, pidió mi número de teléfono y se fue sin mayores explicaciones.
Pensé que no iba a volver a verlo nunca más y lo incluí en la categoría de polvos tristones; pero me llamó un par de semanas más tarde. Le dije que viniera. Aunque no era buen amante, está tan bueno que merecía otra oportunidad. Esta vez fue un poco mejor. Se desnudó por completo, dejándome disfrutar la visión de un cuerpo en el que nada sobra y nada falta, incluyendo un par de piernas de concurso y unas nalguitas absolutamente ricas. Pero la escena se repitió más o menos igual: Yo mamo, el acaba, se viste y se va. Aun así, acepté verlo regularmente pues cada vez me parecía más desinhibido y más colaborador. Un domingo en la mañana llegó sin avisar, se desvistió al entrar y se metió en mi cama para una larga sesión en la que me abrazaba, me acariciaba y disfrutaba como nunca mis incursiones por “allá abajo”. De pronto, empezó a restregar su guevo en mi pecho, mientras ponía sus apetitosas nalgas entre mis labios. Tímidamente metí la punta de mi lengua en ese culo perfecto y el relinchó de placer, permitiéndome comer de ese culito por muy buen rato, mientras me daba una de las mejores pajas de mi vida, luego metió su guevo en donde había estado su culito y acabó con gran reguero. Como siempre, se vistió rápidamente y se fue. Unos minutos más tarde un mensaje de texto me indicaba que esa sería su última visita. Que eso no podía volver a suceder. Sabia que era apenas el comienzo de algo mayor y tuve paciencia.
Un mes después me llamó con la mayor naturalidad y empezamos a vernos con más y mayor placer cada vez. Sus pajas mejoraban y además de lamer su culito con más apetito, también disfrutaba de intensas cogidas. Ayer, sin embargo, sucedió lo que ambos esperábamos desde hace tiempo. Yo llevaba un buen rato mamando, cuando él me pregunto por un condón; se lo pasé pensando que quería meterme su pedazote de carne. Pero Jhony estaba poniendo el condón en mi guevo y regalándome su delicioso culo virgen. Dale suavecito, que nunca me lo han hecho, me dijo.
Empecé a prepararlo para su primera embestida mientras mi guevo casi reventaba del deseo de comer su bien guardada virginidad de hombre. Le puse un poco de lubricante, subí sus piernas sobre mis hombros y empecé, poco a poco, a abrirme camino en su hombría. Jhony se quejaba de dolor pero me pedía que siguiera; yo entraba un poco y le daba tiempo para acostumbrarse a mi guevo que cada vez entraba más, suave pero firmemente. Jhony decía que le gustaba, y por instinto, comenzó a moverse con ritmo pausado mientras yo sentía que mi guevo iba a quebrarse dentro de él. Entonces, él comenzó a pajearse rico, mientras yo bombeaba con regular intensidad su culito. De pronto, empujando con fuerza mi guevo dentro de él, solté chorros enloquecidos de semen, mientras el se bañaba en su propia leche.
Lo saqué con cuidado, me quité el condón y entonces Jhony vino hasta mí y por primera vez me besó. Juntos nos dimos una ducha, se vistió, fumó un cigarrillo y se fue. Su sonrisa me dijo que se había quitado un peso de encima.

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