viernes, 23 de marzo de 2012

A mamar....

Que delicia. Recibirlo en la boca, sentir, poco a poco, como se pone durísimo gracias a las caricias de nuestra lengua, calibrar su tamaño, su espesor, su machura. Saborearlo. Saborearlo milímetro a milímetro, sin permitir que nada se pierda a nuestro gusto. Sentir su olor, su textura, y regresar al sabor de la carne hirviente que se antoja irrepetible. Mamarlo y volverlo a mamar hasta que no podamos más, hasta que duela la mandíbula. Escuchar los gemidos de placer de nuestro macho, cuando lo tenemos allí, prensado en los quiebres ocultos de la lengua experta que recorre cada mínimo pedazo de su palo, hasta hacerlo acabar para nosotros. Que importa que sea uno, o dos, o incluso tres. Que importa todo lo demás. Ante el placer indescriptible de mamarse un buen guevo, no hay mayores excusas. Es una oportunidad que no se puede perder. No se repetirá.



1 comentario: