Tengo que decir que ese día, en particular, no estaba yo buscando cosa alguna en mi paseo. Había llegado el día anterior temprano a ese lugar, famoso por permitir todo tipo de "pecados" en sus predios y la verdad es que me bastó un par de horas para confirmar que, todo lo que me habían contado, era poco, si se comparaba con la abundante acción que logré presenciar en mi primer paseo de reconocimiento del sitio. Aquello era realmente un paraíso, sobre todo porque, a pesar de que usar ropa o no, era totalmente opcional, la mayoría de los hombres que pernoctaban en las diferentes posaditas, o deambulaban por la orilla de la playa, las dunas o los matorrales, iban con muy poca o ninguna tela que los cubriera y, debo decirlo, uno estaba más bueno que el otro. La verdad es que yo difícilmente pude contener mi sucesión de erecciones, cosa que, por lo demás, parecía no importarle a nadie en absoluto. Es más, estoy seguro que en mi paseo, más de una pinga bien dura bajo el tormento de unas licras ajustadas o un discreto short playero, saludó con entusiasmo el bulto que se levantaba bajo mis jeans. Mi amigo Manuel había estado en lo cierto al recomendarme pasarme el fin de semana de Labor Day en ese lugar: no iba a descansar ni un segundo, pero no iba a tener razón alguna para arrepentirme. En ese primer paseo lo comprobé extasiado. A mi alrededor, todo lo que conforma la raza humana parecía estar puesta allí para darme la bienvenida y yo realmente soy de los que no desprecia un polvo por ninguna razón en el mundo.
Iba vestido con un jean, una camiseta muy casual y llevaba unas chanclas en los pies por todo calzado. Bajo el jean, como acostumbro hacer en verano, nada. No me gusta el calor de la ropa interior en esa época del año. De modo que iba realmente listo para la guerra, aunque al lado de los machos que conseguía en el camino, podía decirse que iba yo vestido de gala. Tengo predilección por los hombres morenos, y si en el medio de las piernas de un macho color oscuro, la barra de chocolate promete pesar muchos gramos, puedo sentirme en el top of the top y esta, la primera que realmente me llamó la atención, era una de esas: un ejemplar de autentico "oro negro" de longitud precisa, y un grosor que despertó mis mas oscuros deseos casi en el acto; era como si mi culo, preparado para ese manjar me ordenara no dejarlo pasar por ninguna razón. El hombre, además, no estaba nada mal. Hay morenos de morenos, este pertenecía al grupo de los morenos buenmozos: delgado, sin un pelo en el cuerpo, completamente calvo y con un delicioso cuerpo labrado en horas de rudo trabajo. Podria ser un trabajador de la construcción o quizás un cargador de fardos en el cercano puerto de New York, o sabe Dios que, lo cierto es que esa maravilla de cuerpo fibroso, flaco, perfectamente definido sin artificios de ninguna naturaleza no había pisado nunca un gimnasio, pues no lo necesitaba. Piernas delgadas con pantorrillas pronunciadas y bien torneadas completaban aquel monumento que debía medir mas de 1,80 de estatura. El problema es que no estaba solo. Eso habría sido demasiado.
Lo acompañaba un grupo de "moscardones" como suelo llamar esa gente que como uno, rodea la presa antes de ser elegido para que le hinque el diente. Quienes lo acechaban, ninguno en contacto con él, realmente eran justa competencia, de modo que empecé a pensar que no sería fácil aquel bocado de chocolate dulce para mi. Pero me entretuve viendo lo que sucedía, como aquel hombre fabuloso, parapetado tras un árbol muy grande y robusto como él, sencillamente se dejaba admirar y como sin tocarse, su esplendida verga se movía en todas direcciones como el astado de un toro que busca a quien herir con su punta. Eramos cinco hombres en total. Él, ni siquiera nos miraba, su pinga se ocupaba de jugar con nosotros como si fuera el marcador de una ruleta, pero, sus ojos estaban perdidos en el infinito. Ninguno se había atrevido a nada, hasta que uno de los hombres, tan desnudo como él, se aproximó bastante como para poner la fiesta a todo calor. Era un hombre mestizo, no muy blanco, moreno claro tal vez, de cuerpo detalladamente trabajado en horas de gimnasio, abundante cabellera negra y un machete de buen ver que, aunque no se permitía competir con el del negro, podía dar grandes satisfacciones a quien se atreviera a probarlo. Mi corazón se salía por la boca, mi güevo me dolía de la dureza que atrapaba la tela del jean, entonces completamente humedecida por el largo goteo de la baba que siempre acompaña mis erecciones, y la excitación tornaba los 35 grados de temperatura ambiente en muchos mas. Yo era el único que todavía estaba vestido. Los otros cuatro, completamente desnudos, habían colocado sus escasas prendas en una roca cercana y se habían dedicado a jugar ruleta con el morenazo. Fue entonces cuando el otro muchacho se acercó con decisión y agarró con suavidad aquella verga morena que pedía atención a gritos. La tocó con la punta de los dedos, humedeció sus dedos en su propia saliva y empezó a jugar con el orificio del glande hasta que desprendió de allí suficiente pre-cum como para poner esa cabeza marrón oscura, hinchada y gorda, como una reluciente escultura de madera. Fue todo un espectáculo. Cuando el visitante se dio cuenta de que la pinga del negro estaba tan dura como un pedazo de acero, la metió en su boca con fruición. Los que estaban viendo la escena empezaron a masturbarse con deleite y de pronto, en un sorpresivo giro, el chico que estaba mamando, se desprendió de aquel manjar, vino directo hasta mi y me desvistió con precisión de profesional. Mis ropas cayeron al piso sin oponer resistencia y ese mismo tipo, mientras veía como el guevo del negro pasaba de boca en boca entre los otro tres hombres que estaban allí, masturbándose y tocándose entre ellos, me volteó, poniéndome de espaldas contra el viejo muro de una casa en ruinas que estaba allí mismo y empezó a lamerme mi culito con destreza. Yo no podía más del deseo, abrí mis piernas en un claro gesto de aceptación y el rico tolete de aquel muchacho desconocido se abrió paso entre mis nalgas sin encontrar obstáculo alguno a su paso. Casi al mismo tiempo, atraído por mis gemidos y pequeños gritos de placer, uno de los hombres que se ocupaba de acariciar al negro, se puso delante de mi y metió su pinga en mi boca. Era un magnifico ejemplar, rosadito, cabezón, muy grueso y completamente afeitado que necesitaba urgentemente unos labios ansiosos como los míos. Estaba en la gloria. Tenia dos de los mejores instrumentos de aquella sesión dedicados por entero a satisfacerme, no había nada mas que pudiera necesitar.
Empecé a masturbarme lentamente, mientras el chico que se daba banquete cogiéndome entraba y salía de mi culo con frecuencia cada vez mayor. Me hundía esa cabilla ardiendo hasta lo mas profundo, haciéndome gritar de placer y luego volvía a sacarlo, solo para volver a meterlo con fuerza sin dejarme descansar sino apenas, escasos segundos. Entre tanto, el hombre que se había puesto delante de mi, me cogía por la boca con verdadera sutileza; pero con una firmeza que no admitía replicas. Ese güevo estaba allí para que yo lo mamara entero, y a eso me dedique con el mismo esmero con el que movía mis caderas y apretaba mis nalgas dándole al otro hombre todo el placer que estaba buscando. Fue en uno de esos apretones de nalgas, en que prensé perfectamente el pipe ardiente que me estaba rompiendo en dos, que sentí perfectamente la cercanía de su erupción. El hombre me lo enterró sin dejar ni un milímetro afuera y se derrumbó sobre mi espalda arrastrándome con él en su caída, Yo sentí como las hojas secas del matorral crujían bajo nuestros cuerpos y entendí que ese macho estaba a punto de vaciarse dentro de mi. Apreté mis nalgas con fuerza de tenaza e hice un rápido movimiento de caderas que le arrancó gritos de placer. Los hombres que estaban allí, dejaron al negro y se acercaron a nosotros, el tipo que había puesto mi boca a gozar, hizo una pausa para que ese momento final fuera solo de dos. En ese momento escuché sus gritos y sentí como su leche hirviendo mojaba mis entrañas. No quería dejarlo salir, lo mantuve apretado dentro de mi hasta que sus espasmos fueron cada vez mas suaves. Uno de los que allí estaba dijo "What a great fuck man" y empezó a secarle el sudor con su traje de baño. Entonces mi hombre saco su palo, lo sacudió encima de mis nalgas y me dio un par de nalgadas simpáticas.
Enseguida se sentó encima de una roca, mientras yo me incorporaba, todavía con una potente erección en busca de algo que me hiciera lograr un orgasmo completo. El muchacho que me había dado a mamar su portentoso pipe, estaba ocupado en otra boca, dos de los que se dedicaban al negro, estaban haciendo un esplendido 69 en un rincón, mi hombre extraordinario estaba fuera de combate, ya se había puesto su short y bebía un largo trago de agua de su cantimplora disponiéndose a marchar y el negro....SE HABIA IDO mientras todos disfrutábamos de lo que él había comenzado. De modo que allí estaba yo, desnudo completamente, saliendo con mi ropa en la mano a buscar algo de sol en medio de aquella especie de oasis de un desierto poblado de hombres sexys y guapos, sedientos de aventuras anónimas. Sin embargo, sentía que me faltaba algo. Mi machete no se había vaciado y yo necesitaba algún estimulo para lograr que eso sucediera. Me puse el pantalón, guardando como pude mi verga abotargada y empecé a caminar con la camiseta en la mano, me sequé el sudor y decidí vestirla para tener mis manos completamente libres. Di unas vueltas por el lugar y resolví aproximarme a la playa, atravesando las dunas, para tenderme en la arena a tomar el sol del resto del día, cosa que pensaba hacer completamente desnudo. Pero, antes, tenia que acabar. La leche acumulada empezaba a causarme dolor y la necesidad de expulsarla superaba todas mis otras urgencias. El problema era que no quería hacerme una paja rápida y solitaria. Me provocaba un nuevo estimulo, tal vez no tan bueno como la gran cogida que me acababan de dar y cuyas marcas llevaba entre mis piernas; más bien, algo que me produjera la excitación necesaria para obtener un gran orgasmo allí mismo. Con esa idea en la cabeza comencé a caminar hacia la playa, cuando de pronto entre las dunas, un muchacho flaco y medio guapetón me atrajo.
Era un tipo muy masculino, con pinta de puertorriqueño, con una incipiente barba, cabello corto, aspecto juvenil pero no demasiado "niño" y unos brazos torneados y sin demasiado musculo que sobresalían de la manga de la camisa; pues eso fue lo que mas llamó mi atención: tanto como yo, ese muchacho estaba casi completamente vestido, tanto, que hasta llevaba unos converse color azul muy gastados. Pensé en no acercármele demasiado por si acaso era un delincuente, (habían dicho que por allí podía haberlos) pero, la curiosidad fue mas fuerte que mis precauciones. Además el flaquito empezó a sonreírme y la verdad, era una linda sonrisa que enmarcaba unos bellos ojos ansiosos en la distancia.
Me le acerqué, lo suficiente como para que entendiera que yo necesitaba atención inmediata. No necesité explicarle. Él pasó su mano por mi torso, haciendo comentarios sobre mis vellos y como le gustaba un torso velludo y poco a poco, acercó sus manos hasta mi cintura. Desabrochó mi pantalón justo cuando mi pinga empezaba a asomar por encima del botón y con dedos diestros limpió el exceso de lubricante que ya llenaba mi cabeza enhiesta. Entonces, me empujó suavemente hacia la protección de un muro que además de darnos sombra, nos ponía al amparo de miradas indiscretas; se puso en cuclillas y mientras con una mano levantó mi camiseta para acariciar mi pecho, con la otra sostuvo mi durísimo aparato para conducirlo a su boca. Me dio la mamada de mi vida. Ese tipo era un experto mamador. Succionaba con un gusto digno de repetición, me arrancaba gemidos, me retorcía de gusto, pero por mas que intentaba disminuir su fuerza, no lograba distraerlo. Me abandoné al buen hacer de esos labios entrenados y lo dejé hacer, mientras veía como abría su pantalón y sacaba un largo pene que poco a poco se deslizaba entre su mano derecha. Acabamos casi al mismo tiempo, él se dio cuenta que yo iba a derramarme e intensificó su trabajo, un par de minutos después, puso su lengua como recipiente y dejo caer sobre ella los cuantiosos chorros de mi leche represada desde rato antes. Apenas la sostuvo un rato en su lengua, restregando por su barbilla, entre su barba y dejando que chorreara por su cuello el excedente y luego la tragó con gusto, mientras limpiaba cuidadosamente cada milímetro de mi pinga aun parada. Enseguida, mientras hacia esa cuidadosa labor, su espalda se arqueó en un quejido de placer y empezó a expulsar pequeños escupitajos de semen, sobre las dunas en las que estábamos atrincherados. Su expresión fue de placer angelical. Sus ojos, preciosos, almendrados y casi verdes, me miraron con picardía cómplice de amigos de toda la vida. Llevó sus manos a su boca, lamió sus dedos uno a uno mientras yo guardaba mi bien limpiada y descargada morronga y lo atraje hacia mi, dándole una mano para levantarlo de donde se encontraba. Al hacerlo, lo atraje hacia mi y le di un fuerte y estrecho abrazo. Su olor a macho me fascinó.
Nos fuimos juntos a la playa. Él se despidió mientras yo me desnudaba; pero se llevo mi nombre y el de la posada en la que me alojaba. Esa noche fue a visitarme y desde entonces somos amigos entrañables; pero, eso y lo que hacemos en nuestros ratos libres, es otra larga historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario