lunes, 16 de junio de 2014

Así descubrí que me encantan los maduros...


Al principio es normal que, los escarceos con los que descubrimos que lo que tenemos en común con otros hombres, es precisamente el gusto por lo que estos tienen en la entrepierna, ocurren con compañeros de colegio, amigotes del club o vecinos un poco “alborotados” que suelen andar, en cosas de años, por los mismos en los que andamos nosotros.  Más o menos, casi todos comenzamos (cuando lo hacemos por decisión propia y nadie nos obliga) metiéndonos mano entre muchachos de nuestro mismo círculo o por ahí. Hasta que un buen día, por suerte, nos sale al camino un hombre bien plantado de esos que ahora reciben la etiqueta de “maduros”….al menos eso fue lo que me sucedió a mí, y con cuanto gusto.
Andaba por los 16 o 17 años y en materia de amores (o de sexo, que es casi lo mismo) estaba bastante escaso. Apenas si había perdido la virginidad, gracias al saber hacer de un primo que tenía unos 20 años, como un año antes, pero la vida todavía no había sido conmigo tan generosa en materia de hombres.  Vivía con la curiosidad alterada, las hormonas haciendo de las suyas y entre pajas diarias que me traían de cabeza; creo que pasaba la mitad del día con ese machete como de acero y mis encerronas en el baño eran, realmente, de pronóstico. Es una suerte que no solo tuviera baño privado en mi habitación, sino que además mis padres pasaban la mayor parte del día en sus trabajos y se ocupaban poco de averiguar lo que hacíamos nosotros.  El par de sirvientas que nos atendían,  entendían poco de esas cosas o se hacían de la vista gorda; de modo que las posibilidades de disfrutar, aun dentro de nuestra propia casa, era casi infinita. Lo que pasaba era que no sabía de dónde sacar un hombre que me complaciera, ya que pensaba que mis compañeros de clase no eran suficiente para otra cosa que la normalísima paja en grupo. Hasta que llegó el día….
Me enteré de su visita al momento de desayunar. Mi padre anunció que vendrían a hacer algunos arreglos domésticos un par de trabajadores de la compañía. Creo que de algún modo los recordaba vagamente; pero, no estaba seguro de que fueran los mismos a quienes en alguna oportunidad había evocado en una de mis encerronas “manuales”; de igual modo y con absoluta resolución, estaba dispuesto a no permitir que se fueran de casa sin darme la oportunidad de comprobarlo. Para evitar cualquier sospecha, fui al colegio como costumbre (cursaba el último año de bachillerato y los horarios eran bastante extraños) pero, no bien llegue al aula empecé a tramar la forma de regresar a casa. Lo conseguí en poco tiempo y, para mi suerte casi perfecta, pude volver a mi casa cuando ya los dos trabajadores estaban afanados en sus quehaceres. Arreglaban algo en el garaje y como siempre que una tarea de tal tipo se emprendía en casa, era menester tener extremo cuidado con el jardín del patio. Uno de los dos hombres estaba en eso, cuando descubrí al que dirigía las labores de acicalamiento del garaje. Fue la primera vez que sentí, literalmente, como las entrañas se revolvían dentro de mi, produciéndome la mayor excitación. Si el tipo que estaba en el jardín era un hombre sin ninguna gracia, un poco gordito y “requeneto”,  el que se ocupaba de las faenas de construcción, era exactamente lo que yo estaba buscando para dedicarle mis mejores ratos de placer. Era un hombre alto, musculoso, mayor de 45 años sin duda, con el suficiente vello corporal como para hacerlo ver totalmente varonil y unos muslos que se marcaban dentro de su apretado jean que me pusieron completamente loco. Sus brazos, torneados por el duro trabajo de albañilería y sus manazas grandes y ordinarias presagiaban el rato de machura que buscaba hacia algunos meses, sin éxito.
Empecé a entrar y salir del garaje con cualquier excusa trivial, me interesé por lo que estaban haciendo y pasando de la pose de niñito de casa, a la de simpático aspirante de ayudante, hice todo lo que pude para dejar saber, no solo que yo estaba allí, sino que estaba bien dispuesto a hacerle pasar un rato inolvidable. Solo tenía que dejarse. Yo era un jovencito agraciado, cuyo principal atractivo eran unas nalgas de concurso y piernas de muchachito bien formado. Como estaba consciente de mis gracias, me cambié de ropa, vestí un ajustado short de gimnasia y dediqué un rato a jugar, en medio del espacio reservado para el trabajo, cuidando de no molestar. Cada cierto tiempo, lo bastante frecuente como para que se entendiera mi mensaje, interrumpía el trabajo de mi albañilote con alguna tontería sin importancia, al tiempo que dejaba caer inocentemente alguna pequeña plumilla. Así transcurrió el resto de la mañana. A la hora del mediodía, el albañil, Pedro, era su nombre, se me acercó para preguntarme algunas tonterías de la casa y en medio de su conversación soltó esta perla:
-          Y  tú, ¿en qué cuarto duermes?
-          Señalando la ventana de mi habitación que daba al patio, le dije: En ese de allí, la segunda ventana a la derecha
-          Y ¿te gusta encerrarte ahí, solito?
-          Es que es mi cuarto, para mí solo…si tengo hasta baño privado
-          ¿Y tu mamá no se mete mucho a averiguar lo que haces ahí adentro?
-          Mi mamá se lo pasa trabajando…..nunca está aquí, le respondí
-          Entonces, la muchacha…eso de que los carajitos se encierren solos en el cuarto a puro jugar con el palo, no es bueno….(se rió con toda la sorna posible y se delató por completo)

Yo solté una risotada y me atreví a lo que tantas ganas de vivir tenia

-          Si yo no tengo con quien encerrarme para jugar con otro palo, me pongo a jugar con el mío, no me queda otra….
-          Ahhh…¿y es que a ti te gusta jugar con los palos ajenos? En ese momento pude notar como un leve movimiento de que algo se levantaba en la entrepierna y fijé mis ojos allí
-          No seas curioso, si me esperas allá un ratico, lo vas a ver completico….y se agarró fuertemente el paquete.
Yo corrí a mi habitación a “treparme” por las paredes de la ansiedad. Me cambié de short, me puse otro más apretadito, me lavé, me preparé de mil formas de acuerdo a lo poco que sabía de eso y me recosté en cama a esperarlo. Pasó como una media hora, cuando escuché su voz diciéndole a la empleada que tenía que revisar las habitaciones para solucionar un pequeño problema de filtración; el corazón no me cabía en el pecho, sobre todo cuando escuché a la muchacha decir que subiera con confianza, porque ella tenía que salir como por una hora y en la casa no había más nadie.
Pedro abrió la puerta de mi habitación sin tocar la puerta. Yo estaba tirado en la cama, excitadísimo a morir. Él lo notó enseguida y me lo dijo

-          Muchacho, se te va a reventar ese short
No respondí nada, sencillamente me desnudé completamente para él.
-          ¿Estás seguro que no vas a meterte en un lio? ¿Ni me vas a meter a mí en otro?
-          Segurísimo….
Él agarró suavemente mi verga, pajeandola un poquitín, mientras con la otra mano empezaba a alcanzar la hendidura de mis nalgas, buscando tocar la entrada que le apetecía. Entonces se abrió la camisa completamente y aflojó los primeros botones de su blue jean, mientras me sujetaba fuertemente contra él. Yo metí la mano dentro de su bragueta y con fuerza, bajé  el pantalón para dejar salir ese aparato durísimo que me llamaba. Lo que salió de allí fue una gloria. Una pinga dura, gruesa, como de unos 19 centímetros de larga, completamente pelada, con la cantidad exacta de vellos y con ese aroma provocativo que suele tener un hombre bien puesto, cuando se ha dedicado a trabajar duramente.  Pedro, con la mano libre que le dejaba las caricias que continuaba haciendo entre mis nalgas, apretó mi cabeza, para llevarla hasta la cabeza de ese magnifico pipizote…me puse loco mamando…lo chupé en todas las formas, lo lamí, me lo metía en la boca hasta causarme arcadas y lo saboreé como si en ello me fuera la vida. Ya mi macho se había quitado el pantalón y conseguido espacio sobre mi cama. No dejaba de bombearme su machete dentro de mi boca, ni de sostener la cabeza, dirigiendo por entero la acción. Solo escuchaba decirme que tuviera cuidado con los dientes y abriera bien la boca.
-          Para ser tan jovencito, sabes tú vaina… ¿has mamado mucho? Me preguntó de pronto mientras tomaba un respiro
-          No tanto, es que me gusta mucho tu pinga…
-          Es todita para ti, pero ya tienes que sacártela de la boca porque quiero metértela por ese culito rico…
Me puso en cuatro patas sobre la cama, parándose él detrás de mí y después de lubricarme adecuadamente, y ayudar la dilatación tanto con sus dedos como con su lengua bien entrenada. Pasados unos brevísimos minutos, sentí su morronga abriéndose paso entre mis nalgas y me preparé para recibirla aunque sintiera dolor. Sucedió casi de inmediato y fue solo un centellazo. Pedro me cogió metiendo aquel tubo de acero hirviendo con calma pero sin pausa alguna. Yo puedo asegurar sin exagerar, que sentí cada milímetro de aquel trozo durísimo de carne entrando para abrirme las entrañas. Sí, yo había perdido la virginidad un año antes y en el transcurso de ese tiempo me habían cogido unas tres o cuatro veces, pero habían sido cogidas en las que había echado de menos la seguridad y fuerza de un macho que sabe cómo hacer que uno vea estrellas. Ese día por fin lo sentí realmente. Su voz ronca preguntándome si me gustaba, sus manos acariciando mi pecho, las nalgadas que acompañaban el bombeo incesante y seguro, y el olor de un hombre que no se anda por las ramas, fueron todo lo que yo esperaba. Sin cambiar de posición, agarró mi verga con una mano mientras con un fuerte movimiento de caderas enterró aquel vergón durísimo hasta llegarme al fondo; entonces, sentí  su leche estallar dentro de mí y al mismo tiempo derramar la mía, sobre las sabanas limpias de esa habitación de niño bien.
Pedro me sujetó como un buen macho que no quiere dejar escapar su presa y conmigo debajo de él, caímos sobre la cama en perfecto acompañamiento. Ese día supe que a partir de ahí, no habría hombre maduro que se me escapara. Lo conseguí a lo largo de mis años, gracias a que Pedro se tomó sus días para enseñarme a complacerlos como debe ser. Si se algo de sexo, (y creo que sí) se lo debo a ese albañil que se dedicó por dos largos y sabrosos años a enseñármelo…

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