
Al principio es normal que, los escarceos con los que
descubrimos que lo que tenemos en común con otros hombres, es precisamente el
gusto por lo que estos tienen en la entrepierna, ocurren con compañeros de
colegio, amigotes del club o vecinos un poco “alborotados” que suelen andar, en
cosas de años, por los mismos en los que andamos nosotros. Más o menos, casi todos comenzamos (cuando lo
hacemos por decisión propia y nadie nos obliga) metiéndonos mano entre
muchachos de nuestro mismo círculo o por ahí. Hasta que un buen día, por
suerte, nos sale al camino un hombre bien plantado de esos que ahora reciben la
etiqueta de “maduros”….al menos eso fue lo que me sucedió a mí, y con cuanto
gusto.
Andaba por los 16 o 17 años y en materia de amores (o de
sexo, que es casi lo mismo) estaba bastante escaso. Apenas si había perdido la
virginidad, gracias al saber hacer de un primo que tenía unos 20 años, como un
año antes, pero la vida todavía no había sido conmigo tan generosa en materia
de hombres. Vivía con la curiosidad
alterada, las hormonas haciendo de las suyas y entre pajas diarias que me
traían de cabeza; creo que pasaba la mitad del día con ese machete como de
acero y mis encerronas en el baño eran, realmente, de pronóstico. Es una suerte
que no solo tuviera baño privado en mi habitación, sino que además mis padres
pasaban la mayor parte del día en sus trabajos y se ocupaban poco de averiguar
lo que hacíamos nosotros. El par de
sirvientas que nos atendían, entendían
poco de esas cosas o se hacían de la vista gorda; de modo que las posibilidades
de disfrutar, aun dentro de nuestra propia casa, era casi infinita. Lo que
pasaba era que no sabía de dónde sacar un hombre que me complaciera, ya que
pensaba que mis compañeros de clase no eran suficiente para otra cosa que la
normalísima paja en grupo. Hasta que llegó el día….
Me enteré de su visita al momento de desayunar. Mi padre
anunció que vendrían a hacer algunos arreglos domésticos un par de trabajadores
de la compañía. Creo que de algún modo los recordaba vagamente; pero, no estaba
seguro de que fueran los mismos a quienes en alguna oportunidad había evocado
en una de mis encerronas “manuales”; de igual modo y con absoluta resolución,
estaba dispuesto a no permitir que se fueran de casa sin darme la oportunidad
de comprobarlo. Para evitar cualquier sospecha, fui al colegio como costumbre
(cursaba el último año de bachillerato y los horarios eran bastante extraños)
pero, no bien llegue al aula empecé a tramar la forma de regresar a casa. Lo
conseguí en poco tiempo y, para mi suerte casi perfecta, pude volver a mi casa
cuando ya los dos trabajadores estaban afanados en sus quehaceres. Arreglaban
algo en el garaje y como siempre que una tarea de tal tipo se emprendía en
casa, era menester tener extremo cuidado con el jardín del patio. Uno de los
dos hombres estaba en eso, cuando descubrí al que dirigía las labores de acicalamiento
del garaje. Fue la primera vez que sentí, literalmente, como las entrañas se
revolvían dentro de mi, produciéndome la mayor excitación. Si el tipo que
estaba en el jardín era un hombre sin ninguna gracia, un poco gordito y
“requeneto”, el que se ocupaba de las
faenas de construcción, era exactamente lo que yo estaba buscando para
dedicarle mis mejores ratos de placer. Era un hombre alto, musculoso, mayor de
45 años sin duda, con el suficiente vello corporal como para hacerlo ver
totalmente varonil y unos muslos que se marcaban dentro de su apretado jean que
me pusieron completamente loco. Sus brazos, torneados por el duro trabajo de
albañilería y sus manazas grandes y ordinarias presagiaban el rato de machura
que buscaba hacia algunos meses, sin éxito.

- Y tú, ¿en qué cuarto duermes?
- Señalando la ventana de mi habitación que daba al patio, le dije: En ese de allí, la segunda ventana a la derecha
- Y ¿te gusta encerrarte ahí, solito?
- Es que es mi cuarto, para mí solo…si tengo hasta baño privado
- ¿Y tu mamá no se mete mucho a averiguar lo que haces ahí adentro?
- Mi mamá se lo pasa trabajando…..nunca está aquí, le respondí
- Entonces, la muchacha…eso de que los carajitos se encierren solos en el cuarto a puro jugar con el palo, no es bueno….(se rió con toda la sorna posible y se delató por completo)
Yo solté una risotada y me atreví a lo que tantas ganas de vivir tenia
- Si yo no tengo con quien encerrarme para jugar con otro palo, me pongo a jugar con el mío, no me queda otra….
- Ahhh…¿y es que a ti te gusta jugar con los palos ajenos? En ese momento pude notar como un leve movimiento de que algo se levantaba en la entrepierna y fijé mis ojos allí
- No seas curioso, si me esperas allá un ratico, lo vas a ver completico….y se agarró fuertemente el paquete.
Yo corrí a mi habitación a “treparme” por las paredes de la
ansiedad. Me cambié de short, me puse otro más apretadito, me lavé, me preparé
de mil formas de acuerdo a lo poco que sabía de eso y me recosté en cama a
esperarlo. Pasó como una media hora, cuando escuché su voz diciéndole a la
empleada que tenía que revisar las habitaciones para solucionar un pequeño
problema de filtración; el corazón no me cabía en el pecho, sobre todo cuando
escuché a la muchacha decir que subiera con confianza, porque ella tenía que
salir como por una hora y en la casa no había más nadie.
Pedro abrió la puerta de mi habitación sin tocar la puerta. Yo estaba tirado en la cama, excitadísimo a morir. Él lo notó enseguida y me lo dijo
- Muchacho, se te va a reventar ese short
Pedro abrió la puerta de mi habitación sin tocar la puerta. Yo estaba tirado en la cama, excitadísimo a morir. Él lo notó enseguida y me lo dijo
- Muchacho, se te va a reventar ese short
No respondí nada, sencillamente me desnudé completamente para
él.
-
¿Estás seguro que no vas a meterte en
un lio? ¿Ni me vas a meter a mí en otro?
-
Segurísimo….

-
Para ser tan jovencito, sabes tú vaina…
¿has mamado mucho? Me
preguntó de pronto mientras tomaba un respiro
-
No tanto, es que me gusta mucho tu
pinga…
-
Es todita para ti, pero ya tienes que
sacártela de la boca porque quiero metértela por ese culito rico…
Me puso en cuatro patas sobre la cama, parándose él detrás de
mí y después de lubricarme adecuadamente, y ayudar la dilatación tanto con sus
dedos como con su lengua bien entrenada. Pasados unos brevísimos minutos, sentí
su morronga abriéndose paso entre mis nalgas y me preparé para recibirla aunque
sintiera dolor. Sucedió casi de inmediato y fue solo un centellazo. Pedro me cogió
metiendo aquel tubo de acero hirviendo con calma pero sin pausa alguna. Yo
puedo asegurar sin exagerar, que sentí cada milímetro de aquel trozo durísimo
de carne entrando para abrirme las entrañas. Sí, yo había perdido la virginidad
un año antes y en el transcurso de ese tiempo me habían cogido unas tres o
cuatro veces, pero habían sido cogidas en las que había echado de menos la
seguridad y fuerza de un macho que sabe cómo hacer que uno vea estrellas. Ese día
por fin lo sentí realmente. Su voz ronca preguntándome si me gustaba, sus manos
acariciando mi pecho, las nalgadas que acompañaban el bombeo incesante y seguro,
y el olor de un hombre que no se anda por las ramas, fueron todo lo que yo
esperaba. Sin cambiar de posición, agarró mi verga con una mano mientras con un
fuerte movimiento de caderas enterró aquel vergón durísimo hasta llegarme al
fondo; entonces, sentí su leche estallar
dentro de mí y al mismo tiempo derramar la mía, sobre las sabanas limpias de
esa habitación de niño bien.
Pedro me sujetó como un buen macho que no quiere dejar escapar su presa y conmigo debajo de él, caímos sobre la cama en perfecto acompañamiento. Ese día supe que a partir de ahí, no habría hombre maduro que se me escapara. Lo conseguí a lo largo de mis años, gracias a que Pedro se tomó sus días para enseñarme a complacerlos como debe ser. Si se algo de sexo, (y creo que sí) se lo debo a ese albañil que se dedicó por dos largos y sabrosos años a enseñármelo…
Pedro me sujetó como un buen macho que no quiere dejar escapar su presa y conmigo debajo de él, caímos sobre la cama en perfecto acompañamiento. Ese día supe que a partir de ahí, no habría hombre maduro que se me escapara. Lo conseguí a lo largo de mis años, gracias a que Pedro se tomó sus días para enseñarme a complacerlos como debe ser. Si se algo de sexo, (y creo que sí) se lo debo a ese albañil que se dedicó por dos largos y sabrosos años a enseñármelo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario