






Me gusta masturbarme; lo hago con la frecuencia y el entusiasmo que se dedica a los placeres realmente íntimos. Mis pajazos son largos, suaves, llenos de fantasía y de gusto. Muy pocas veces he resuelto una “parazón” con un pajazo rapidito en el baño, aunque lo he hecho, por supuesto, y lo he disfrutado muchísimo también. No es que sienta especial fascinación por mi propio pene, es que me gusta la posibilidad de fantasear hasta lo infinito, acariciando mis nalgas, metiendo uno o dos dedos en mi culito lubricado e imaginando las embestidas que sueño con recibir (y que recibo, por suerte).
No entiendo porque todavía hay gente que se niega a admitir ese placer. Una buena paja al despertar (por ejemplo) es una de las mejores maneras de empezar el día o, antes de dormir, asegura una noche de profundo descanso.
No tengo problema en admitirlo: Me gusto yo, debe ser por eso que me gusta tanto un buen pajazo.