Después de una sesión de entrenamiento estaba tumbado sobre la cama, casi dormido, esperando reponer fuerzas para una ducha. Yo había ido a su casa a pasar unos días y no esperaba tener ningún encuentro sexual con él, aunque lo deseaba fervientemente. Camino a mi habitación lo vi; no había cerrado la puerta y su ropa desparramada por toda la habitación era señal de que estábamos en confianza. Me detuve en la puerta a contemplarlo en silencio. Entonces mi excitación pudo más que la promesa que me había hecho de "respetarlo", en virtud de nuestra amistad reciente.
Lo que vi me fascinó. Deseaba con muchas ganas, poder acariciar ese guevo dormido, recostado flácidamente sobre una mata de vellos perfectamente descuidados y llenos de su olor más salvaje. Me relamía de pensarlo, cuando vi como su mano viajaba lentamente hasta el instrumento que deseaba agarrar yo, y empezaba a acariciarlo suavemente. Lo interpreté como una invitación que no podía resistir. Entré a su habitación, me senté a su lado y temiendo ser rechazado; temblando de miedo y de deseos, tome ese divino artefacto entre mis dedos y comencé un lento jugueteo. Mi amigo se movió en la cama y sin abrir los ojos, se dejó hacer.
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Desde la puerta, escuché cuando me dijo que había estado esperando eso, precisamente. Ese día empezaron a ser magnificas, unas vacaciones que habían comenzado llenas de aburrimiento y deseos reprimidos.
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