






Lo primero que me viene a la mente cuando llego hasta allí buscando otro sitio donde despertar su emoción, es la sensación de escondrijo. Meterme allí, resguardar mi rostro en su calor, besar sus pliegues, percibir su olor y guardarlo en mi memoria, recorrer con mi lengua cada centímetro de ese pedazo de cuerpo que a todos parece encantarnos y al que todos nos acercamos con timidez.Si hablamos de fetiches, hablemos de axilas. Ningún resquicio del cuerpo del hombre muestra tanto la masculinidad como ese; sin embargo, ninguna otra esquina de su cuerpo se demora tanto en ponerse a nuestra disposición, ni esconde tantos puntos ocultos de sensible excitación. Ningún otro escondite, cuando finalmente se abre, prepara con tanta soltura la ruta de nuestro goce.
Seguramente cuando descubrimos la axila desnuda del que está a nuestro lado, ya hemos descubierto y saboreado lugares más obvios y como no, más placenteros; pero no podemos negar que es una maravilla comprender el significado del descubrimiento de las axilas: es el descubrimiento de todo lo que queremos saber sobre nuestro macho. Es el rescoldo final de su aroma, es el resguardo de su reticencia, es el despliegue de su libertad. Es la señal de que ha decidido entregarse sin tapujos.
Es el escondite final de nuestro deseo…















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Tal vez sea, para variar, la mejor forma de comenzar con el juego cuando se han perdido todos los pudores y sabemos que irremediablemente hemos llegado, ambos, al punto en que la urgencia solo requiere de movimientos más cercanos al placer; el punto en que lo tienes ahí, frente a ti, cubierto solo con su ropa interior, bajo la cual se adivina un animal hambriento que busca exponerse incontenible a las caricias de tu lengua y de tus manos.